La forma del agua

Escrito por Horacio Cano Camacho

El cine fantástico no es para todos. Hay quien ha bloqueado ese capítulo y cree que mirar monstruos, duendes, orcos o hobbits, es un reconocimiento de nuestras “mentes aniñadas” o de nuestra ingenuidad. Entonces, ante cualquier posibilidad de caer en la tentación, se apresuran a decir que ellos no son de esos… La verdad es que muchas veces confundimos este género con la literatura o el cine para niños. Y no, el género fantástico incluye la ciencia ficción, el terror, el gótico, entre otros o la mezcla de varios de ellos.

Lo fantástico lo establecemos por contraposición a lo “real”, a ese género o conjunto de géneros que describen (o al menos eso pretenden) de manera objetiva y con un nivel de verosimilitud, la realidad.

Pero al igual que la ciencia ficción o la novela negra moderna, el género fantástico puede ser un género de ideas, de reflexiones sobre realidades alternativas, o definitivamente sobre el presente, ocultando muy bien esa realidad con hadas, demonios, seres extraordinarios. Y el cine fantástico de Guillermo del Toro es de esta clase, una concepción muy personal del director.

Más allá de la parafernalia de Hollywood, probablemente con La forma del agua (EUA, 2017) estemos ante la mejor película de Guillermo del Toro. No sólo está siendo reconocida por numerosos premios y la crítica (León de Oro en el Festival de Venecia, Globo de Oro, Premio del Sindicato de Directores y numerosas nominaciones al Oscar y a los Premios Bafta, entre otros), también el público la ha aclamado, lo cual de entrada resulta extraordinario ya que el género fantástico ha sido tradicionalmente ninguneado por los premios o relegado a los “méritos” técnicos.

La forma del agua es un cuento, una película de monstruos, una reflexión sobre los marginados, un alegato político, una historia de amor, una película romántica, una película de espías, un homenaje al cine clásico de monstruos: todo a la vez.

La película narra la relación extraña entre una mujer solitaria, integrante del personal de limpieza del turno nocturno de un laboratorio secreto y una extraña criatura mitad pez y mitad humano que el ejército norteamericano ha sustraído de la selva amazónica y mantiene –con fines militares- en un tanque dentro del laboratorio. La criatura es sometida a brutales torturas “en nombre de la ciencia” y la seguridad nacional.

La película está llena de referencias a los marginados: Elisa (Sally Hawkins), el personaje central de la cinta, es una chica muda, solitaria, cuyas amistades se reducen a Zelda (Octavia Spencer), una compañera de trabajo, mujer negra pobre y víctima del racismo y de su propio marido. El otro es Giles (Richard Jenkins), su vecino homosexual, despedido de su trabajo, a pesar de su enorme talento, por sus preferencias sexuales. Elisa se enamora de la criatura por un reconocimiento empático de su propia marginalidad. Este ser, inofensivo y hermoso (representado por Doug Jones), que no le hace mal a nadie, pero los humanos se afanan en dañarlo, como sucede con la cuasi totalidad de las especies de este planeta a las que hemos perjudicado, es a su vez la víctima central.

El verdugo de la criatura es un norteamericano “típico”, un “buen ciudadano, patriota y conservador” que trabaja para el ejército. Este personaje se llama Richard Strickland (Michael Shannon) y es a la vez otro marginado, el tipo que es el instrumento para el trabajo sucio de un sistema represor al que solo le importa el poder y la guerra.

La película está llena de seres “incompletos”, expulsados de la normalidad o de lo que la sociedad entiende por normalidad. En este ambiente oprobioso es la solidaridad, el amor, los sueños y la belleza, los únicos elementos que garantizan la sobrevivencia de los “diferentes”.

Sin duda es una película política, una denuncia no solo del mundo de la guerra fría donde se sitúa la historia, sino del mundo actual representado por Donald Trump y su racismo y clasismo más que manifiesto. Es además, un recurso muy inteligente para presentar el acoso sexual, la discriminación, la homofobia y el racismo. A medida que pasen los premios y reconocimientos ya se irá desvelando más la trama que no, por supuesto, no voy a contar. Véala en el cine.

La parte que deseo destacar y por ello la ponemos en esta sección, es un elemento de la cinta que tendría que ver con la ciencia y la investigación científica. Y digo “tendría” por qué hay que debatir si eso es ciencia… Resulta que el ejército norteamericano sustrae una criatura muy peculiar de su hábitat natural para someterla a estudios con la finalidad de extraer conocimientos que le den a su país una ventaja estratégica en la carrera espacial. Los estudios se limitan a observar su comportamiento y realizar algunas pruebas de la fisiología del ser anfibio mientras se le somete a torturas y tratos crueles de parte de sus cuidadores.

En esos años de la guerra fría no se sabían muchas cosas de los viajes espaciales y en la ciencia las creencias y suposiciones no tienen importancia si no se prueban en los hechos, de manera que había muchas preguntas que requerían evidencias para responderse y que sin la experimentación no somos capaces de responder: ¿Un hombre puede sobrevivir y tener una existencia en gravedad cero? La perrita Laika se había convertido, el 1957, en el primer ser vivo en orbitar la tierra y –también hay que decirlo- el primer ser vivo en morir en el espacio. Se desconocía casi todo de las respuestas fisiológicas al espacio. Había que demostrar la existencia de mecanismos de adaptación a las condiciones agrestes del espacio y la capacidad de sobrevivencia. ¿El cerebro humano puede funcionar sin gravedad? ¿Un hombre podría perder la capacidad de actuar racionalmente bajo el “horror” cósmico?

En lo más álgido de la guerra fría se cruzó el interés de conocimientos y el desarrollo tecnológico que hacían viable mandar naves al espacio extraterrestre, con una guerra soterrada entre las dos potencias militares. Los Estados Unidos, tanto como la entonces Unión Soviética, que se beneficiaron del esfuerzo de guerra le dieron un giro ideológico al interés científico. Quien ganara la carrera por llegar al espacio, ganaría la guerra ideológica y se alzaría como el único sistema económico capaz de un logro de ese tamaño. Y en su nombre se cometieron cualquier cantidad de tropelías.

En ciencia, un individuo único no representa nada. En la investigación seria y sujeta al método científico se deben contrastar las observaciones con la mayor cantidad posible de individuos más los controles adecuados. Un solo ejemplar no es más que una anécdota. ¿Cómo descartaríamos el efecto de la variabilidad natural?, ¿cómo distinguiríamos las variaciones y cambios fisiológicos o de conducta producto de sustraer un individuo de su medio natural?, ¿el efecto del estrés? En fin, una investigación con un solo individuo será descartada por inservible.

En la película se intuye que la presencia de la criatura en el laboratorio secreto es un intento de obtener ventajas estratégicas en la carrera espacial frente a la Unión Soviética que por entonces va adelante en la carrera por el espacio. Pero las “pruebas y experimentos” que se realizan con él no responden a nada y ni lo intentan. Nunca queda claro qué se pretende ni por qué un individuo anfibio le dará al ejercito gringo ventaja alguna. Sobre esta criatura solo se descarga el odio y la miseria de su “cuidador” quien abusa como una manera de superar los abusos a los que él mismo es sometido por sus superiores.

Si bien la película es una fábula y los experimentos no forman parte de la trama ni lo pretenden, es importante que el público entienda que la intromisión de asuntos ideológicos para guiar de alguna manera las pruebas “científicas” siempre terminará en errores o abusos. 

Para nadie es un secreto que, en la investigación científica, en especial la biomédica, se han usado modelos animales que han permitido comprender mejor el origen y evolución de ciertas enfermedades de manera experimental y lo más importante, desarrollar tratamientos para distintas enfermedades. El uso de estos modelos ha resultado indispensable, aunque hay que reconocerlo, se han cometido innumerables excesos y errores experimentales.

El aumento progresivo en los conocimientos científicos y en las habilidades técnicas han creado diversos problemas éticos a los que han contribuido de alguna manera las transformaciones económicas y sociales que influyen sobre las expectativas culturales. En la película vemos, así sea de pasada, cómo estas expectativas ideológicas y la necesidad de “superar” al enemigo ideológico se imponen sobre la ética científica.

Ejemplos sobre estos excesos hay muchos que implican el sacrificio innecesario de animales de laboratorio, la aplicación de tratamientos que no han pasado los protocolos adecuados que demuestren la necesidad de tales pruebas y la carencia de otras alternativas en la búsqueda de información.

Incluso se ha llegado a provocar verdaderos crímenes cuando el factor ideológico o económico se anteponen al conocimiento mismo. En la guerra fría se habla de personas y muchas especies animales expuestas a radiaciones en dosis letales, sustancias toxicas aplicadas para “verificar” su poder dañino, intervenciones quirúrgicas innecesarias, en fin, todo un catálogo de horrores.

Estos daños han empujado a la comunidad científica y diversas asociaciones sociales a establecer con urgencia protocolos que regulen el trabajo científico para evitar un ecocidio y el sufrimiento de la naturaleza.

Pero tenemos un problema, la velocidad del avance del conocimiento en la ciencia, en particular en la biología, supera con creces nuestra capacidad de incorporarlo al debate público. Las leyes y normas tienen una dinámica distinta: son lentas y con una permanencia muy larga. Cuando comienzan a intentar regular una tecnología, esta ya es obsoleta para la ciencia…

A pesar de esta realidad se han logrado impulsar discusiones y normas para impulsar una ética interna y una externa de la ciencia. En el primer caso nos referimos a una serie de reglas aceptadas que ningún científico debe violar, como las referidas al fraude, créditos del trabajo, contrato social de la ciencia, etc. La ética externa define y regula los efectos de la ciencia en la sociedad y el ambiente, incluyendo reglas para la experimentación en humanos, el uso de modelos animales, el bienestar animal, así como en los ecosistemas.

Podemos distinguir algunos principios aplicables a la vida humana y no humana dentro de la actividad científica. A) Autonomía. Todo individuo puede actuar libremente de acuerdo a un plan autoescogido con dos condiciones esenciales, libertad y acción intencional; B) No-maleficencia. No infringir daño intencionalmente. Este principio se refiere a la vida humana y no humana; C) Beneficencia. Prevenir el daño, eliminar el daño y hacer el bien a otros. Incluye la vida humana y no humana; D) Justicia. Tratamiento equitativo y apropiado a la luz de lo que es debido.

Poco a poco se va logrando, en particular por la acción social sobre la ciencia, que estos principios se apliquen a la actividad de todos los que nos dedicamos a la ciencia, que se elaboren códigos de ética en las instituciones de investigación y que se establezcan leyes y normas que regulen el trato hacia los animales, los protocolos autorizados de investigación que requieran modelos animales o tratamiento a humanos. La idea central es evitar la tortura, la crueldad y el sufrimiento. Se busca reemplazar y sustituir el uso de animales con un sistema nervioso complejo por otro modelo de sistema nervioso más simple, realizar más experimentos in vitro y generar modelos inanimados. También buscan reducir el número de animales utilizados al mínimo necesario para obtener resultados válidos y refinar el diseño, métodos y técnicas experimentales para minimizar el dolor y sufrimiento de los animales durante su utilización en el laboratorio.

Es claro que el “estudio” pretendido con la criatura, en la película de Del Toro, no pasaría ninguna prueba, ni de diseño experimental, ni de necesidad de conocimiento y mucho menos de carácter ético. Pero La forma del agua sí nos muestra los excesos en los que podemos caer si no respetamos los principios éticos en el trato a las otras especies y a nosotros mismos. Creo que este es una oportunidad muy interesante para meditar sobre estos problemas, además de reflexionar sobre lo terrible del racismo y la discriminación contra los que no se parecen a lo que alguien definió, quién sabe cómo, de normalidad…