El canto del cisne

Escrito por Horacio Cano Camacho

Hace unos días escribí un artículo sobre la muerte como una función indispensable para la vida. Hablé sobre las consecuencias biológicas para el cuerpo humano de la inmortalidad… de esas reflexiones de fin de año, ya saben.

Un tema que no alcancé a tocar, por la extensión muy corta de mi colaboración, fue el de trasladar a una máquina o a un clon nuestra propia vida y, de esta manera, digamos más tecnológica, alcanzar la inmortalidad. En fin, en esas andaba cuando me llegó la posibilidad de ver una película sobre el tema. Si bien, es una cinta de 2021, tal vez por la pandemia, a mí se me pasó del todo, hasta que en un comentario leído por allí me brincó y, pues, le dediqué un domingo por la tarde.

Debo decir que me gustó y quiero comentarles sobre ella. Se trata de El canto del cisne, película de Benjamin Cleary, con guion de él mismo, una producción (espléndida) de AppleTv con las actuaciones sobresalientes de Mahershala Ali, Naomie Harris, Awkwafina, Glenn Close, Adam Beach, entre otros.

Cameron Turner (Mahershala Ali) es un talentoso artista, dibujante y pintor que tiene su vida resuelta, trabaja para una agencia de publicidad. En un viaje a su casa, en tren, conoce a quien se convertirá en su esposa: Poppy (Naomie Harris), una maestra que atiende niños con problemas de aprendizaje utilizando la musicoterapia. Conforman una pareja idílica, con un hijo pequeño y otro por venir. Pero los sueños de Cameron se truncan cuando le diagnostican una enfermedad mortal y fallan todas las terapias; él sabe que su fin está cerca y oculta su situación a Poppy, en la búsqueda de un momento preciso o de una alternativa.

Su médico, la oncóloga Dra. Scott (Glenn Close), le ofrece una alternativa radical. Desde hace algún tiempo, ella está desarrollando un sistema para «transferir» la conciencia, memoria y recuerdos de una persona a un clon, creado mediante ingeniería genética e inteligencia artificial. Un clon que es idéntico a Cameron, creado con la expresión de cada gen de sí mismo. El proceso implica un secreto total, pues se trata de un método experimental, cuya sola mención genera un debate profundo y un rechazo en una parte de la población. Además, una vez creado el clon, el paciente transferido se retirará del mundo para morir apaciblemente mientras su sustituto asumirá el papel de Cameron, permitiendo que su familia continúe su vida «normal», sin enterarse del reemplazo.

La película describe de manera más o menos detallada cómo sería el proceso de «transición de la memoria» al cerebro receptor, el proceso de entrenamiento para cuidar los detalles de la memoria y los momentos significativos, pero, por supuesto, las dudas de Cameron son muy fuertes. Se trata de desaparecer del mundo, de la vida de su familia que, si bien será sustituido por «él mismo», se trata en realidad de otra persona, no es como ver a través de un lente lo que pasa en su vida, es ver a través de otro que se «apoderará» de su propia existencia. Las dudas de Cameron se resuelven —aparentemente— cuando Poppy le confirma su segundo embarazo, y ante la posibilidad de dejar sola a su familia, acepta someterse al procedimiento como única alternativa.

No les cuento más. La película está construida de una manera preciosista, se nota cuando la producción tiene recursos e imaginación. Me gustó mucho que no avanzan a un futuro distópico. En realidad, me gusta la imagen de ese mundo, limpio, ordenado y con unas posibilidades tecnológicas increíbles en comunicaciones, ambiente y desarrollo personal. El concepto de telemedicina está ampliamente desarrollado en ese mundo. Todas las personas tienen un monitoreo constante de los médicos, a distancia se emiten tratamientos, ajustes a estos y solo se recurre al hospital cuando la revisión lo indica. En fin, algo que la IA y el desarrollo de las TICs pueden hacer posible en el mediano plazo, pero…

El título de la película deja patente, ya desde el inicio, que las cosas no necesariamente funcionan como desearíamos: «El canto del cisne» es una expresión que alude al último gesto realizado por alguien a punto de morir o a punto de jubilarse, metáfora que proviene de los bestiarios medievales que aseguraban que «cuando se aproxima el final de su vida, el cisne, canta mejor y más fuerte; y, así, cantando, él acaba su vida», y de alguna manera una «alternativa» aparentemente perfecta, puede implicar diversos problemas.

Dejemos bien aparcada nuestra incredulidad. Olvidemos por un momento que estamos ante una fantasía y una película de ciencia ficción, así como el cómo lograron tal proeza o si esta es posible, no importa: es posible y ya, al menos por un momento. Ahora preguntémonos ¿Mi clon y yo, somos la misma persona? Si a mí me clonaran, ¿desearía que solo quedara lo mejor de mí, si acaso tengo algo, pero lo que es malo en mí, quedará fuera, aunque no conozca que tanto juega en lo que soy?

Italo Calvino, el gran escritor italiano, en El vizconde demediado, analiza muy bien este compromiso ético. Nosotros en realidad somos —escribe— el resultado de una dualidad: lo bueno y lo malo. No somos, nadie lo es, absolutamente buenos o absolutamente malos. En realidad somos un mosaico de ambos lados, o de múltiples lados, y esas partes, cuando se juntan, configuran lo que somos.

En un clon, en el momento de la transferencia de mi conciencia, puede faltar algo, por mínimo que sea, algo que se borró, aparentemente insignificante, pero que en realidad fue decisivo en la creación de lo que soy ahora: un instante fugaz, un momento, una lectura o una conversación.

Los que hacemos biología molecular sabemos que la manipulación genética, al menos por ahora, puede implicar el riesgo de modificar la expresión de algún gen indeseado. Esto se observó claramente en la clonación de la oveja Dolly, el primer mamífero clonado de la historia. Al momento que nacemos, y en varios momentos de la vida, el programa genético se va modificando para adaptarse a las circunstancias ambientales. Cientos de genes se reprimen, mientras que otros tantos se activan. Las modificaciones de tan solo uno de ellos, encendiéndolo o apagándolo cuando no se debe, pueden implicar desajustes tan graves como el cáncer, enfermedades autoinmunes, así como alteraciones en el comportamiento y en las emociones. Y esto lo toca la película, así que mi clon y yo, no necesariamente somos los mismos.

Dijimos que el clon de Cameron fue creado mediante técnicas de ingeniería genética e inteligencia artificial. Ciertamente, la disciplina científica más cercana —en realidad muy lejana— a esta aspiración es la biología sintética, la cual tiene dos vertientes: una es la creación de vida a partir de cero, es decir, crear membranas, sintetizar genomas, asociarlos y luego lograr que fabriquen proteínas y de allí todo lo que se necesita para la vida. El problema es que las proteínas, las membranas y los genomas evolucionaron de manera independiente y luego se asociaron de manera irreductible e irrepetible.

El segundo enfoque es más realista, es el llamado enfoque reduccionista; este trata de aprovechar compartimentos preexistentes (otras células), a las que se les elimina el genoma y luego se les introduce uno sintetizado in vitro, pero siguiendo lo que sabemos de otros genomas. Este es el único enfoque que ha tenido un éxito relativo. Claro, podemos decir que esto no es crear vida, en todo caso se acerca más a «recrear» algo que ya existe.

De manera que por biología sintética entendemos los procesos que nos permitirían diseñar o rediseñar sistemas biológicos y otorgarles cualidades mejoradas o nuevas cualidades. Pero el asunto no deja de ser muy complejo y, por ahora —y por muchísimo tiempo más—, esto se aplica solo a microorganismos. Un problema es determinar cuántos y cuáles genes son indispensables para eso que llamamos vida, es decir, cuál es el genoma mínimo para sostener el metabolismo, mantener las funciones vitales, no reproducirse y no heredar la información ni transferirla a otro organismo (esto último por cuestiones de bioseguridad).

Y se ha realizado usando como compartimentos a microorganismos aún más simples que las bacterias, los llamados mycoplasmas. En ellos se ha determinado que (para este bicho) se requieren 482 genes codificadores de proteínas, 20 % de los cuales son prescindibles, 43 genes codificadores de ARN y unos pocos más involucrados en el transporte de fosfato. Con esto, se puede sintetizar en el laboratorio tal genoma, vaciar un mycoplasma de sus propios genes e integrarle el genoma sintético. Se ha intentado con éxito en este sistema introducir algunos genes de enzimas para sintetizar metabolitos para uso farmacéutico, ¡y no más!

Por supuesto que estos estudios han generado conocimientos muy valiosos. Para comenzar, han revolucionado los métodos de secuenciación y análisis genómico, han actualizado las técnicas de síntesis química de ácidos nucleicos (ADN y ARN) y de traducción in vitro de proteínas. Conocimientos todos, que en buena medida se han aplicado en la generación de vacunas en la contingencia del Covid y en el estudio del virus. En El canto del cisne, se le explica a Cameron que su clon fue creado molécula a molécula, creando cada uno de sus genes y suprimiendo los que provocaron su cáncer. Entendemos así, que se trata de biología sintética muy avanzada.

Alguien puede pensar que esto es el presente, pero en el futuro quién sabe qué se pueda hacer y sería mejor detenerla ahora. Es decir, acusar, juzgar y condenar un «crimen» que aún no se comete, como en la distopía de Philip K. Dick, Minority Report. Pero no, ni podemos con sistemas tan complejos como un gusano, mucho menos una flor o un mamífero, ni responden preguntas científicas que no podamos responder con otras herramientas. El objetivo aplicado de la biología sintética es facilitar la fabricación de fármacos, el procesamiento de aguas contaminadas y la creación de «biofábricas» como las que ya se usan, pero en lugar de vacas o plantas, sería en botellas de laboratorio. Y esto restringe a la biología sintética a una suerte de transgénesis con más músculo.

Solo quiero que imagines esto en un humano. Significaría tomar un óvulo, vaciarlo de su núcleo, quitarle las mitocondrias y sustituirlas por otras con genomas sintéticos y luego sintetizar un genoma de 20 000 genes de proteínas, más miles de genes de ARN diversos, sintetizar los genes solapados, genes en contrasentido, genes localizados en intrones, regiones no codificantes, pero con funciones regulatorias, elementos cis, potenciadores, etc. Saldría más barato, fácil y divertido hacerlo de la manera tradicional. No tendría sentido alguno, ni siquiera con el peregrino objetivo de «clonar» una persona por encargo. Además, está el hecho de que los genes y sus productos cumplen su función en una interacción muy compleja y fina con otros genes, otras moléculas y el ambiente. Así que no te asustes, la biología sintética va por microorganismos más simples que las bacterias.

Se ha pensado que la biología sintética ensanchará la brecha entre los que tienen acceso a las aplicaciones médicas de esta tecnología y quienes no, y al menos en lo que se ve en la película, la familia de Cameron goza de muy buena situación económica y no se ven más personas para comparar. Pero en realidad esto está pasando sin necesidad de esta disciplina. Existen tratamientos contra el cáncer, la diabetes o el Covid mismo a los que la mayoría de nosotros no tenemos acceso por los costos. Tratamientos de millones de dólares que ni nosotros, ni los sistemas públicos de salud podrían pagar, pero que un mycoplasma o levaduras debidamente modificadas podrían producir por un costo ínfimo, o la producción por ingeniería de tejidos de micro órganos como modelos para el estudio de enfermedades o en la actualidad la simulación de la infección por Covid, o la producción de anticancerígenos a la carta para cada paciente.

Regresemos a la incredulidad y pensemos solamente en el divertimento, en las emociones y en las reflexiones provocadas por la película la cual está muy marcada por un tema profundamente humanista, representado de un modo más o menos velado: la creación de vida y la prolongación de esta, la necesidad de buscar salidas para nuestra vida cuando todo nos conduce a un desenlace terrible. Me parece que esta cinta lo acomete de una manera muy inteligente, haciendo uso de la tecnología, de la ciencia y de la decisión de emprender nuevos retos. Las actuaciones de todos los protagonistas, en especial de Mahershala Ali y Naomie Harris, soportan muy bien el ritmo melancólico y dramático y bien marcan la película.

Vale la pena, pues me parece que es importante enfrentarnos a esta reflexión sobre la vida y la muerte, los límites de la ciencia y de la tecnología, no porque lo tengamos a la vuelta de la esquina, sino porque tenemos otros problemas sobre los que sí es necesario tomar posiciones, así que se las recomiendo seriamente.

 

Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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