Proboscídeos de México: Una historia de gigantes

Escrito por Roberto Díaz Sibaja y Joaquín Eng Ponce

Actualmente, el mamífero terrestre más grande de México es el bisonte americano (Bison bison), un bóvido de casi dos metros de altura al lomo y que pesa hasta una tonelada. Este coloso palidece frente a los verdaderos gigantes que habitaron el país: los proboscídeos. El nombre de este grupo de mamíferos de origen africano hace referencia a la posesión de una probóscide, un órgano musculoso y versátil que es producto de la fusión del labio superior con la nariz. Pero además de esta estructura, los proboscídeos se caracterizan por la posesión de gigantescos incisivos en forma de tubo que llamamos defensas (colmillo es un nombre incorrecto, pues no se trata de dientes caninos). Hoy, existen tres especies, el elefante africano de sabana (Loxodonta africana), el elefante africano de bosque (Loxodonta cyclotis) y el elefante asiático (Elephas maximus). Todos los elefantes modernos pertenecen a la familia Elephantidae, la última de 14 familias de proboscídeos que llegaron a existir en un lapso de 60 millones de años y que se distribuyeron en casi todas las masas terrestres continentales, con excepción de Australia y la Antártida.

En los pasados 15 millones de años y hasta hace unos 11,000 años, México fue tierra de proboscídeos. La primera familia de proboscídeos mexicana fue la Gomphotheriidae (gon-fo-té-ri-de), que tenía como representante al género Gomphotherium (gon-fo-te-ri-um), con presencia en los estados de Querétaro, Jalisco, Chiapas y Oaxaca (donde fue particularmente abundante). Estos proboscídeos medían unos 2.5 metros de altura a la cruz y pesaban entre 4 y 6 toneladas. Tenían un cuerpo en forma de barril, sostenido por patas cortas y gruesas. Su rasgo más notorio era un rostro largo que ostentaba cuatro defensas, de las que las superiores eran las más grandes y se curvaban hacia abajo. Los gonfoterios mexicanos vivieron desde hace 15 y hasta hace 5.8 millones de años, en unas épocas llamadas Mioceno y Plioceno.

 

Gomphotherium sp. El género Gomphotherium fue un semillero, pues de este complicado entramado de especies surgieron dos linajes. Por un lado, Stegomastodon primitivus (es-te-go-mas-to-don / pri-mi-ti-vus) un gonfotérido de 2.3 metros de altura a la cruz y unas 4 o 5 toneladas, similar a un elefante moderno, con un rostro corto y ancho, rematado con dos defensas superiores, rectas y divergentes. A esta especie se le conoce de Miñaca, Chihuahua y de Chapala, Jalisco, donde se le estima una edad de entre 3 y 4 millones de años, lo que corresponde al Plioceno.

 

Stegomastodon primitivus En Centroamérica, el segundo linaje de gonfoterios produjo a Rhynchotherium falconeri (rin-cote-ri-um / fal-co-ne-ri). El rincoterio vivió en México desde hace 5.4 millones de años y hasta hace 3 millones durante el final del Mioceno y casi durante todo el Plioceno. Eran muy similares a los gonfoterios, sólo que su rostro era más corto y sus defensas superiores eran más robustas, dirigidas hacia delante con un eje sinuoso, bordeado de una banda de esmalte en espiral. Esta especie (la única válida de rincoterio) se reconoce en los estados de Baja California Sur, Sonora, Jalisco, Guanajuato, Morelos, Guerrero, Oaxaca y Michoacán. 

 

Rhynchotherium falconeri Del linaje del rincoterio surgió en el sur de Estados Unidos, hace unos 4.6 millones de años el más exitoso -y el último- de la familia de los gonfotéridos, Cuvieronius hyodon (cu-vie-ro-ni-us / i-o-don). Esta especie era más grande que sus predecesores, alcanzaba 2.7 metros de altura y llegaba a pesar hasta 6 toneladas. Era similar al rincoterio, también tenía defensas superiores sinuosas y una banda de esmalte en espiral. Pero a diferencia de su primo, Cuvieronius carecía de defensas inferiores cuando maduraba y sólo estaban presentes como vestigios en juveniles. En México, esta especie se conoce únicamente para el Pleistoceno medio y tardío, desde hace al menos 1.8 millones de años y hasta hace 11,550 años antes del presente (1950). La localidad más antigua del país con este proboscídeo es “El Golfo de Santa Clara” y la más reciente es “El fin del mundo”, ambas en Sonora. Destaca esta última por ser la más reciente en toda América y la única con evidencia de cacería por parte de seres humanos. Cuvieronius es conocido en los estados de Sonora, Chihuahua, San Luis Potosí, Jalisco, Guanajuato, Colima, Hidalgo, Veracruz, Estado de México, Puebla, Tlaxcala, Morelos, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Yucatán y Michoacán. 

 

Cuvieronius hyodon El linaje de los gonfotéridos fue el más diverso, pero no fueron los únicos proboscídeos americanos. Poco después de que los gonfotéridos ingresaran de Asia, otra familia de proboscídeos hizo lo mismo, la de los mastodontes (Mammutidae, no confundir con los mamuts, que son de la familia Elephantidae). El primer mastodonte de América del Norte apareció hace 14.4 millones de años, en Estados Unidos y en México, este grupo tiene presencia desde al menos 4.9 millones de años, desde el Plioceno. En nuestro país sólo se reconoce una especie para el Pleistoceno: Mammut americanum. El mastodonte americano medía unos 2.3 metros de altura y pesaba unas 6 toneladas. Era robusto y tenía un marcado dimorfismo sexual, en el que los machos eran más grandes y pesados. El mastodonte era de cuerpo grueso y patas cortas. Sus defensas eran relativamente delgadas y se curvaban hacia adelante y arriba en un sutil arco sinuoso. Aunque muchas reconstrucciones lo muestran lanudo, la evidencia sugiere que ese pelaje icónico es en realidad una mala interpretación de algas que estaban cubriendo un esqueleto parcial descubierto en Nueva York, a mediados de siglo XIX. 

 

 

Mammut americanum Siguiendo el patrón de dispersión de los gonfotéridos y mastodontes, otra familia de proboscídeos ingresó a América del Norte procedente de Asia, los elefántidos (Elephantidae). Los elefantes americanos son conocidos mejor con su nombre común: mamuts. Ingresaron al continente hace 1.8 millones de años, donde evolucionó una especie autóctona: Mammuthus columbi (ma-mu-tus / co-lum-bi), el mamut americano. Al igual que su ancestro asiático, este mamut era inmenso. Fue el mamífero terrestre más grande de América. Los machos eran considerablemente más grandes que las hembras, llegaban a medir hasta 4 metros de altura a la cruz y alcanzaban pesos de hasta 10 toneladas. A diferencia del resto de proboscídeos mexicanos, el mamut americano tenía los hombros más altos que las caderas y poseía patas largas, pero robustas. Sus defensas eran muy largas sus alveolos apuntaban hacia afuera y su crecimiento iniciaba hacia afuera y abajo, para luego invertirse y dirigirse hacia arriba y adentro. Las defensas más largas registradas para esta especie medían 4.9 metros de longitud. Unas de las más largas de todos los proboscídeos conocidos. En México, Mammuthus columbi se conoce para el Pleistoceno medio (Irvingtoniano) de Sonora y Baja California Sur, mientras que para el Pleistoceno tardío (Rancholabreano) se conoce en casi todos los estados de la República con excepción de Colima, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo. Cabe destacar que los individuos de esta especie eran muy variables y por ello, se reconocieron erróneamente muchas especies, de las que destacan M. imperator y M. hayi, que eran individuos muy viejos e individuos con morfología primitiva del Pleistoceno medio, respectivamente. Hoy sabemos que todos ellos representaban a la misma especie.

Salvo por Mammut americanum y quizá Gomphotherium spp., que habitaban zonas boscosas y comían hojas altas, el resto de los proboscídeos de México habitan pastizales, praderas, matorrales dispersos y zonas de transición, donde se alimentaban de pastos, arbustos y ocasionalmente árboles.

Los colosos de México se extinguieron hacia el final del Pleistoceno (ca. 11,000 años antes del presente), a causa de desequilibrios ecológicos producto de una glaciación abrupta y vulcanismo que hicieron insostenibles las poblaciones de animales tan grandes como estos. Los humanos que recién habían arribado al continente, tres mil años antes, no jugaron un rol importante en su extinción. Sin embargo, estos animales generaron un gran impacto en su imaginario, tanto que los mexicas y otros pueblos del centro del país como los tlaxcaltecas, los incorporaron a su folclor bajo el nombre de Quinametzin y atribuyeron su desaparición a eventos catastróficos tales como la “apertura de la tierra” y el “escupir de las montañas”.

Es improbable que algo tan grande e impresionante vuelva a caminar por estos lares. Hoy, sólo podemos disfrutar de estos antiguos behemotes en los museos a través de sus osamentas petrificadas, testigos mudos del impresionante pasado de estas tierras, ecos del barritar de gigantes en la América antes del hombre.

 

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Roberto Díaz Sibaja y Joaquín Eng Ponce son colaboradores del Laboratorio de Paleontología de la Facultad de Biología, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

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Joaquín Eng Ponce es autor de las imágenes inéditas para este artículo

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