Modelos cognitivos y estímulos sensoriales

Escrito por Juan Carlos González Vidal

Abordaremos los modelos cognitivos desde los postulados de la semiótica, recurriendo a las neurociencias para ampliar el enfoque de acercamiento.

Uno de los grandes retos al que nos enfrentamos en la actualidad, es el de avanzar en un análisis holístico del ser humano y de su modo de existir; tal labor implica la resolución de múltiples incógnitas y cuestionamientos que solamente pueden tener lugar en el espacio de la transdisciplinariedad. Hay que tener presente que la actuación humana se basa conjuntamente en factores biológico-estructurales, socioculturales y situacionales (estos últimos con un carácter altamente convencional), factores de los que depende, de manera simultánea, la generación de procesos mentales (con todo lo que traen aparejado). En consecuencia, la experiencia acumulada por la especie es incomparable en amplitud y en complejidad a la de otros animales.

 

Los modelos cognitivos como mediadores de los estímulos sensoriales

Roger Bartra emplea una metáfora para definir la constitución del humano, la de la banda de Möebius. Con ello enfatiza la importancia de visualizar unificadamente eso que llamamos “humanidad” desde perspectivas biológicas y culturales, porque las actividades de la especie implican una continuidad entre dichos segmentos. Nuestra argumentación irá en el sentido de poner de relieve esta continuidad.

Al principio, un bebé no cuenta con modelos cognitivos convencionales para enfrentarse con estímulos sensoriales. Prácticamente sólo tiene a su disposición una estructura biológica para recibirlos, por lo que su recepción es dispersa. Gehlen habla de ciertos procesos físico-neurológicos que paulatinamente van capacitando al pequeño para eventos perceptuales sumamente complejos. Uno de estos procesos se desarrolla a partir de la necesidad del bebé de orientarse en el mundo, así, se establece un vínculo entre la vista y el tacto. A partir de su campo visual, el pequeño empieza a tocar objetos, sin ninguna finalidad; lo que importa en este momento es la acción en sí misma, porque a través de ella el sujeto va construyendo las bases primigenias para poder situarse en un entorno material. De acuerdo con Gehlen, aquí no hay nada de racional. Conforme el vínculo vista-tacto se fortalece, se incrementa la capacidad psicomotriz. Esta clase de acciones derivan en los movimientos selectivos, que frecuentemente se encuentran asociados al placer. Por ejemplo, el bebé toca un objeto con una superficie cálida o tersa, la sensación que le produce el contacto es agradable, lo que lo motiva a repetir el movimiento. Así, queda implicada la satisfacción de una necesidad que, además, no tiene un carácter básico. Se trata de procesos aptificantes para integrarse a un medio.

En refuerzo de lo anterior, hay que decir que se ha realizado una serie de investigaciones que han mostrado que ciertos circuitos neuronales requieren vincularse con experiencias exteriores para operar de manera adecuada. Los experimentos llevados a cabo con crías de monos y gatos, consistentes en privar a los animales de información visual, mostraron afectaciones en el proceso de activación de las columnas de dominancia ocular. Los procesos fisiológicos pueden alterarse o retardar su desarrollo sin una apropiada interacción con el ambiente.

El entorno del infante se encuentra constituido por un universo cultural, por lo que las interacciones sujeto-mundo se verifican en un sistema de relaciones artificialmente creadas, en las cuales el sujeto va identificando el continuum material en un principio y, posteriormente, otra clase de fenómenos, con base en las dinámicas de dicho universo. Esta afirmación nos recuerda el argumento de Bartra relativo a que “…el cerebro es un sistema abierto a circuitos culturales externos de los cuales depende parcialmente para su funcionamiento”. Una de las cuestiones relevantes que llaman la atención, es la forma en que se encuentran vinculados los estímulos sensoriales, los modelos cognitivos y los patrones de actividad cerebral. Pensamos, con otros investigadores, que una vía más para abordar esta problemática es destacando la función de lo modelos cognitivos convencionalizados.

Una vez que el pequeño ha desarrollado ciertas capacidades físico-neurológicas (como la coordinación tacto-vista, la evolución básica del sistema audio-loquial), entabla otro tipo de relaciones con el “mundo”. Los estímulos que anteriormente recibía de forma dispersa, empiezan a organizarse en una suerte de ‘conglomerados’. Por ejemplo, la satisfacción de ciertas necesidades, como el hambre, las va asociando con un adulto (preponderantemente con la mamá) en virtud de lo iterativo de la acción de alimentarlo, de modo que estímulos visuales, táctiles, olfativos, etc., son reunidos en la corporeidad de ese adulto, que ha pasado a tener un significado y, por lo tanto, se ha convertido en un percepto para el niño. Aquí es posible hablar ya de la institución de un modelo cognitivo convencional. El modelo se instaura en el momento en que se le asignan contenidos semánticos a cualquier clase de fenómeno. La explicación puede resultar más clara si se ilustra con objetos físicos. Por ejemplo, un cascabel será percibido por el niño como un objeto de placer en cuanto le atribuye una función estable, porque esa función se convierte en un contenido semántico.

Evidentemente, conforme el humano va desenvolviéndose en la cultura, los modelos cognitivos van teniendo una función más importante en sus actuaciones. La pregunta obligada que surge en este sentido es: ¿cómo procesa nuestro organismo, holísticamente hablando, los estímulos del entorno? Ranulfo Romo, desde la neurofisiología, se ha centrado en estudiar la relación causal que puede existir entre la actividad de campos neuronales y procesos cognitivos que llevan a los sujetos a ejecutar determinadas acciones. Parte de su trabajo ha consistido en la aplicación de estímulos vibrotáctiles en monos, con el fin de establecer, entre otras cosas, la interconectividad entre áreas corticales durante el itinerario mencionado. He aquí una línea de investigación que servirá de base para lograr una mayor precisión en el análisis de las interconexiones entre circuitos cerebrales y circuitos culturales.

Sería importante avanzar y determinar los patrones de actividad cerebral que tienen lugar en el momento en que un acontecimiento es captado a partir de un área especializada de la cultura. Estas áreas establecen visibilidades específicas sobre el mundo, de modo que un mismo objeto es asimilado de forma diferente dependiendo de la ubicación del sujeto percibiente. Por ejemplo, un especialista en fotografía estética ¿qué tipo de circuitos neuronales activaría al observar las fotografías de The Perfect Moment, de Robert Mapplethorpe, en comparación con un sujeto que se situara en el campo de la moral conservadora?; evidentemente, de acuerdo a sus modelos cognitivos, en el primer caso se pondrían de relieve códigos de carácter estético, en tanto que en el segundo, se destacaría la obscenidad. Así, a partir de la actividad neuronal, causada por un proceso perceptivo-cognitivo, se estimularían reacciones y acciones diferentes en cada uno de los sujetos.

Un hecho que ha llamado poderosamente nuestra atención, es que en marcos específicos el modelo cognitivo es capaz de activarse aún en ausencia de algunos de los estímulos habituales. Hace poco, al disponernos a ingresar a Ciudad Universitaria (UMSNH) en carro, nos detuvimos ante una de las casetas de acceso para buscar la credencial y activar el mecanismo que levantara la pluma. Al acercar la credencial al receptor electrónico, nos dimos cuenta de que la pluma había estado levantada todo el tiempo; el modelo cognitivo había determinado una percepción habitual por encima de la situación real-presente.

 

Comentario final

Entonces, los modelos cognitivos se encargan, entre otras funciones, de regular el tránsito de los estímulos sensoriales al cerebro. Y no solamente eso, sino que actúan como una memoria al organizar tales estímulos en categorías taxonómicas (disforia/euforia, por decir algo).

Por último, pensamos que las redes cerebrales humanas se generan y se organizan para interactuar con las circunstancias en que un individuo se desenvuelve, y estas circunstancias dependen, inevitablemente, de un universo cultural. 

 

BARTRA, Roger (2014) [2007], Antropología del cerebro. Conciencia, cultura y libre              

    albedrío, México DF: Fondo de Cultura Económica.

GEHLEN, Arnold (1980) [1940]. El hombre. Su naturaleza y su lugar en el mundo,

   Salamanca: Ediciones Sígueme.

ROMO, Ranulfo (2012). “Representación dinámica de la toma de decisiones a través de

 los circuitos corticales”, en Ranulfo Romo y Pablo Rudomin (coords.), Control motor y cognición. Propiedades emergentes de redes neuronales, México DF: El Colegio Nacional.

 

Dr. Juan Carlos González Vidal, Profesor e investigador de la Facultad de Letras, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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