La Ciencia en el Cine

La bestia en mí…

Escrito por Horacio Cano Camacho

LA CIENCIA EN EL CINE

La bestia en mí…

Horacio Cano Camacho

Hoy vamos a recomendar una serie de locura. Yo no soy psiquiatra ni psicólogo, de manera que limitaré mucho mis comentarios sobre los aspectos médicos implicados. Pero lo cierto es que estamos ante una historia que gira alrededor de psicópatas o, por lo menos, de alguien que podría ser uno.

Se trata de La bestia en mí (The Beast in Me, 2025), una serie recién estrenada por Netflix. Cuenta con un elenco no muy reconocido en México y, por lo mismo, se libra de esos actores que suelen representarse a sí mismos, lo cual contribuye mucho a darle credibilidad. En la producción participa Jodie Foster, lo que también genera confianza.

Aggie Wiggs es una escritora de mucho éxito que quedó destrozada tras la muerte de su hijo, lo que la llevó a retirarse de la vida pública y caer en un bloqueo creativo. Desde el accidente automovilístico que segó la vida del niño, se ha dedicado a alimentar su odio hacia el joven que provocó el accidente, hacia su exesposa —quien, en su visión, no sufre lo suficiente— y, en realidad, hacia vecinos, amigos y editores. Coincidiendo con el aniversario del accidente, llega a su acomodado barrio un empresario muy acaudalado y controversial. Este personaje compra la casa de al lado, toma de inmediato el control vecinal y pretende construir una pista para correr en medio del bosque. Para ello pide la anuencia de los vecinos, pero Aggie es la única que se opone, no por algo concreto, sino por su enojo con el mundo.

El nuevo y poderoso vecino, Nile Jarvis —un magnate inmobiliario y sospechoso de la desaparición de su propia esposa—, no acepta el «no», ya que está acostumbrado a que su voluntad se cumpla, por lo que entra en conflicto con la escritora. Pero resulta que conoce su obra y le muestra un respeto inquietante, estableciéndose entre ambos una relación extraña. Atracción-odio podría ser una manera de describirla.

Aggie Wiggs no puede romper su bloqueo creativo hasta que, un día, acepta una invitación a cenar con Nile con el simple propósito de quitárselo de encima. Pero él la confronta con su pasado y, de alguna manera, se «identifica» con su dolor. Poco después, el joven responsable del accidente desaparece, dejando una carta de despedida: aparentemente incapaz de soportar la culpa por la muerte del niño. Sin embargo, Aggie sospecha que Nile Jarvis puede estar detrás.

A partir de ahí, y como una forma de derrotar su falta de creatividad, Aggie decide escribir la biografía del empresario, convenciéndolo de «contar su verdad» y liberarse de la carga social. Pero en realidad busca saber si Nile es culpable de la desaparición del joven, un caso que muestra vasos comunicantes inquietantes con la desaparición de su esposa. Comienza entonces una relación aún más extraña: la escritora que intenta ser objetiva, pero que no puede evitar sus sospechas, y el hombre que podría estar escondiendo una mente criminal. Se instala así un verdadero juego de espejos.

Nile Jarvis podría ser un psicópata, al menos según la imagen que la televisión, el cine y las series han sembrado en nuestra mente: esa figura del psicópata-genio, frío, calculador, casi infalible. Pero la evidencia científica muestra otra cosa. La pantalla nos ha vendido al psicópata como alguien superdotado, culto, brillante, estratega, capaz de ejecutar los peores crímenes sin un error. En las narraciones esa imagen es atractiva… pero ¿en la clínica es igual? Según he leído, la mayoría no son particularmente brillantes; algunos incluso tienen dificultades académicas o laborales. Y la «frialdad emocional» que exhiben no es sinónimo de inteligencia.

Jarvis sí muestra baja empatía, búsqueda de sensaciones fuertes, manipulación emocional marcada y una mínima capacidad de arrepentimiento, al menos en lo que concierne a sus acciones empresariales. Es decir, signos que culturalmente asociamos con la psicopatía, aunque la ciencia los matiza mucho más.

A medida que la serie avanza, la tensión psicológica se convierte en un auténtico «juego del gato y el ratón»: la duda sobre la posible culpabilidad de Nile, la manipulación, la culpa, el trauma y la ambigüedad moral vuelven la historia un pulso oscuro entre ambos protagonistas.

De hecho, la misma Aggie parece —por momentos— una víctima propiciatoria. En ciertos capítulos incluso generamos algo de empatía hacia Jarvis: es un hombre de negocios terrible, sin piedad, pero muestra dulzura en varias de sus acciones y un aparente deseo de agradar a los demás. Puede ser encantador. En contraste, el odio de Aggie parece esconder algo más turbio detrás.

La serie tiene actuaciones muy potentes: Claire Danes (Aggie Wiggs) y Matthew Rhys (Nile Jarvis) sostienen la tensión con interpretaciones que oscilan entre lo frágil, lo obsesivo y lo amenazante, dando solidez a un guion que juega inteligentemente con la ambigüedad. El ambiente psicológico y existencial no depende de sustos fáciles; su fuerza descansa en la atmósfera de duda, culpa y tensión emocional, lo que la acerca al «terror de lo íntimo».

La ambigüedad de la serie me dejó con varias preguntas que me gustaría consultar con un experto: ¿Realmente los psicópatas son tan inteligentes como nos hace creer la ficción? ¿Son siempre criminales? ¿Qué hay de los llamados «integrados», esos que pasan inadvertidos entre nosotros? Jarvis parece un psicópata, actúa como uno —según los moldes narrativos— y es sencillo identificarlo. Pero al verdadero, ¿podemos detectarlo tan fácilmente? Jarvis es despiadado en los negocios, no teme despedir ni arruinar a otros, pero todos afirman que amaba profundamente a su esposa.

Me parece que, además de ser muy adictiva, bastante bien hecha y con actuaciones poderosas, esta serie abre la puerta a discutir temas espinosos: la manipulación, la violencia, el duelo, la responsabilidad emocional y los personajes realmente peligrosos por su potencial de daño. La misma Aggie complica la vida a quienes la rodean: su sufrimiento parece, a veces, más un deseo de venganza que un duelo genuino.

La serie bucea profundamente en la reflexión sobre el dolor, la culpa y la verdad. Más allá del crimen o el suspenso, explora cómo el duelo, la necesidad de contar una historia y la obsesión por la verdad pueden mezclarse hasta volverse destructivos.

Me parece una de las mejores alternativas de estos días en la televisión bajo demanda, y confirma que estas plataformas pueden crear contenidos que realmente valen la pena. No se la pierdan.

 

 

Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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