¿ES FÁCIL MENTIR EN LA CIENCIA?

Escrito por Horacio Cano Camacho

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En días pasados se publicó en algunos de los principales diarios del mundo la noticia del descubrimiento de un hecho vergonzoso para la ciencia: el investigador japonés Yoshitaka Fujii fue denunciado por la Sociedad Japonesa de Anestesistas, al probarse que cerca del 80% de sus artículos publicados en revistas científicas eran falsos o contenían resultados fraudulentos. Fueron 172 artículos científicos publicados entre 1993 y 2011 en los que se detectó falta de datos de los supuestos pacientes, falta de evidencias de que administrara algún tipo de medicamento, inconsistencias entre lo reportado y los registros hospitalarios, entre otras irregularidades. Muy grave también resultó que el japonés publicara en una veintena de las revistas científicas más prestigiadas en el campo de la anestesia.

El escándalo de este investigador es el más reciente, pero no es el primero ni el único. En fechas recientes se han descubierto muchos casos, sobre todo el área de investigaciones médicas ¿Qué está pasando? ¿El fraude es una práctica común en la ciencia?¿Podemos confiar en nuestra principal fuente de conocimientos?

La ciencia constituye uno de los ejemplos más acabados para la búsqueda de la verdad: es una actividad humana creativa cuyo objetivo es la comprensión de la naturaleza y su producto es el conocimiento. La ciencia se distingue de otras actividades humanas por su objetividad, inteligibilidad y la dialéctica. Las dos primeras cualidades se logran eliminando la ideología, los gustos, las creencias y las meras intuiciones, dejando sólo lo que tiene soporte en los hechos. La dialéctica implica que toda verdad científica está sometida a los avances en el conocimiento y los instrumentos, de manera que puede cambiar en cualquier momento.

Para alcanzar el objetivo de la ciencia, se aplica un método científico organizado en forma deductiva y que aspira a alcanzar el mayor consenso posible. Este consenso se busca a través de comunicar de forma abierta, sistemática y rigurosa, los hechos, las pruebas, observaciones y procedimientos que soportan cada conocimiento científico. A diferencia de lo que ocurre en otros campos, los científicos comparten sus conocimientos haciendo públicos los resultados y métodos de sus trabajos en revistas especializadas para contribuir, en última instancia, al avance de cada disciplina científica: éste es el objetivo de publicar un artículo científico. Para garantizar este proceso, las revistas científicas someten cada estudio al escrutinio de expertos independientes de semejante o superior prestigio al de los autores.

La mayoría de los estudios no supera la prueba de los revisores, que ejecutan su trabajo de forma anónima e implacable. Revistas como Nature o Science rechazan el 95% de los artículos que les llegan (unos 9000 al año). También es muy frecuente que los autores se vean forzados a modificar buena parte de sus estudios, por recomendación de los revisores, para aclarar algunos aspectos o para que realicen nuevos experimentos para dar mayor certeza a sus conclusiones. Con este sistema se garantiza (o eso se espera) la calidad y reproducibilidad de la ciencia.

La ciencia es una continua interacción entre hechos e ideas. Las ideas sin demostración son vanas; las observaciones sin interpretación son estériles. No es posible realizar ciencia apartados de los demás, de manera que la ciencia es una actividad colectiva. Pero como toda actividad humana, la ciencia no puede permanecer ajena a errores. La vasta mayoría de estos errores tienen una explicación y una solución dentro de la ciencia misma. En ocasiones se obtienen conclusiones sin el suficiente soporte, en general por que no se cuenta con métodos e instrumentos adecuados, lo cual limita la precisión de la interpretación. Puede ocurrir que los revisores del informe escrito que llega a una revista científica no vean lo erróneo de una conclusión porque ellos mismos tienen limitaciones y ni se enteraron del equívoco. Puede ocurrir que la revisión se haga con poco rigor o incluso que los revisores lo dejen pasar, deslumbrados por el prestigio de los autores, por lo espectacular del tema o por cualquier otro motivo.

Esos errores no sobreviven mucho tiempo. Una vez publicado el artículo científico, se le somete a una revisión exhaustiva y crítica por toda la comunidad interesada en el tema. Muchos grupos independientes realizan los mismos experimentos y otros adicionales con instrumentos y técnicas más adecuados o con más rigor, con la finalidad de reproducir los resultados: recordemos que la reproducibilidad es otra condición de la ciencia (por eso en ella no existen los milagros ni los casos anecdóticos). En esta fase se descubren la mayoría de los errores. Estos grupos independientes publican a su vez su informe y con esta dinámica va avanzando el conocimiento.

De manera que el error es parte de la ciencia misma. Nos equivocamos por falta de preparación, por carecer de instrumentos adecuados, por carencias en la construcción teórica o por hacer interpretaciones sin sustento. Estos errores se descubren rápidamente por la comunidad científica y se nos señalan, impidiendo que el artículo se publique, sugiriendo nuevas pruebas y una revisión crítica de nuestro trabajo. Estos errores son comunes y en general, a los investigadores nos enseñan mucho y nos dan experiencia. No obstante las revisiones cuidadosas, hay errores que no siempre se descubren a tiempo y el artículo se publica y luego sucede que la revista científica o el investigador mismo, al enterarse del error, “retiren” el artículo, ofreciendo una disculpa a la comunidad. Este tipo de equívocos son olvidados rápidamente. Entrañan desprestigio para los autores o la revista misma, pero allí quedan.

Además de los anteriores, también existen “errores” cometidos con premeditación. Estos constituyen verdaderos fraudes, como es el caso del investigador japonés citado al principio. Algunos de ellos tardan en descubrirse por lo bien elaborados. Desafortunadamente estos son los que salen a la prensa y le hacen un daño enorme a la ciencia. ¿Por qué un investigador, o un grupo de ellos, se presta para cometer un fraude? Podemos dar muchas razones, en todo caso siempre será un misterio de la condición humana que alguien arme una mentira a sabiendas de que se descubrirá tarde o temprano. La mayoría de estos engaños son cometidos por el interés en sobresalir, lograr la fama inmediata, por presiones para publicar y conseguir fondos para financiar el trabajo, por pura vanidad... Entre ellos está la famosa fusión en frío, la clonación humana, el descubrimiento del “eslabón perdido” u hombre de Piltdown.

En otras ocasiones el engaño se monta con propósitos más siniestros. Estos fraudes se crean para impulsar patrañas ideológicas, justificar el racismo o la segregación. Ejemplos de ello lo constituyen las teorías de Lysenko que condenó a la genética durante el estalinismo en la Unión Soviética como una “ciencia burguesa” y condujo al país a una de las peores hambrunas de su historia y a muchos científicos a la muerte. Otros ejemplos son el estudio de gemelos y los test de coeficiente intelectual (CI) en Inglaterra y Estados Unidos; los estudios de presos para explicar que la violencia está determinada en los genes (también en EUA), o el descubrimiento del “gen gay”.

Algunos fraudes se comenten para darle “soporte científico” a corrientes pseudocientíficas, como los estudios (falsos) de la memoria del agua que pretendían validar la homeopatía o el más reciente que intentaba demostrar que las vacunas provocan autismo y que fue usado por los detractores de las vacunas (que los hay) de todo el mundo. Afortunadamente, y aunque con bastante retraso en algunos casos, la ciencia siempre termina desmintiendo estos engaños.

Algunos casos son involuntarios, los investigadores no pretendían engañar a nadie, pero alguien los usó con fines nada científicos, tal es el caso de los “organismos marcianos” encontrados en un meteorito de ese origen y que soportó las discusiones sobre el financiamiento al programa espacial norteamericano o el “descubrimiento de señales de vida inteligente” anunciado por astrónomos soviéticos en los años 60´s cuando confundieron señales de pulsares con señales de radio “inteligentes”. Cuando una hipótesis científica sale a la prensa sin el soporte suficiente, suelen ocurrir estas pifias como el reciente anuncio de la “creación de vida sintética”.

Por fortuna, los métodos de la ciencia son muy eficientes para descubrir los errores o los fraudes y la verdad termina por imponerse. La ciencia no miente, mienten algunos científicos por diversas razones, voluntarias o no. Los resultados están a la vista de todos: prácticamente no existe área del quehacer humano que no haya recibido el impacto positivo de la actividad científica… Y esto supera con creces los errores cometidos.

 

El Dr. Horacio Cano Camacho es profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología, Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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