Y tú ¿cómo respondes al estrés?

Escrito por Amairani Meléndez Tinoco y Celso Enrique Cortés Romero

Los humanos hemos adquirido a través de nuestra evolución, la capacidad de responder ante situaciones de peligro que amenazan el equilibrio de nuestra función orgánica. La ansiedad a causa de un examen académico o la exigencia laboral de conseguir mejores resultados, el dolor en el dedo a causa del golpe accidental con un martillo, la quemadura por algún objeto extremadamente caliente, la larga vigilia hasta las primeras horas de la madrugada, o bien la exigencia física ante la práctica de un deporte, son situaciones que disparan un proceso de adaptación en la función de nuestro cuerpo.

Pero ¿Qué es el estrés?

El médico y fisiólogo austrohúngaro Hans Selye acuñó el término estrés en el año de 1936, lo definió como una respuesta inespecífica del organismo ante cualquier factor o estímulo que al ser percibido como dañino amenace la estabilidad emocional o física de un individuo.

Lo estímulos que detonan la respuesta se denominan estresores y por su naturaleza pueden ser de tipo físico como el ayuno prolongado, el ejercicio intenso, la privación del sueño, la mordedura de un animal, el frío o calor extremo, los hay también de tipo psicológico, como aquellos que surgen ante las exigencias propias del trabajo o la escuela, los ocasionados por conflictos emocionales. La condición de estrés se denomina aguda si los estresores que lo producen tienen una corta duración y se logran resolver en el corto tiempo.

El estrés se cataloga como crónico si los estresores son repetitivos o de larga duración, y difícilmente logran resolverse, por ejemplo, la adversidad que viven aquellas personas preocupadas por la salud de sus familiares enfermos y hospitalizados, o el trabajo por turnos que impide una regularidad de las horas de trabajo y descanso, y que en el mediano o largo plazo ocasionan también trastornos a la salud.

La respuesta fisiológica al estrés

Consiste de tres fases, la primera ocurre cuando el individuo percibe una situación de amenaza, entonces se da inicio a una respuesta multiorgánica que incluye sudoración, aumento del número de latidos del corazón, elevación de la presión arterial, dilatación pupilar, aumento de la frecuencia y profundidad ventilatoria, disminución de la función del tracto gastrointestinal, aumento de la glucosa en la sangre, un mayor flujo de sangre hacia los músculos esqueléticos y una sensación de hambre disminuida. Así, el organismo por medio de la actividad del sistema nervioso simpático y endocrino, garantiza una respuesta de lucha o huida (fight or flight en inglés) que promueve el gasto de energía ante el reconocimiento de una situación de peligro o que amenace la integridad física. Tal orquestación fisiológica ante estresores agudos o temporales es muy conveniente, nuestra supervivencia estaría comprometida de no contar con un mecanismo neuroendocrino para hacer frente a estímulos percibidos como dañinos.

Por otro lado, si la condición de amenaza no desapareciera, la respuesta al estrés deberá prolongarse dando lugar a una segunda fase de resistencia tanto psicológica como física que intente sobrellevar la situación. Si existe la recurrencia o a la sumatoria de nuevos estresores, se establecerá una tercera fase denominada de agotamiento en la que los procesos compensatorios de la función orgánica se verán sobrepasados dando lugar al establecimiento de la enfermedad.

De lo anterior podemos decir que no resulta muy conveniente que el sistema de respuesta al estrés esté activo todo el tiempo en nuestra vida, de lo contrario no existiría oportunidad de reponer la energía que ha sido gastada durante nuestros estados de alerta. Será durante el periodo de calma que el individuo tenga la oportunidad de poder conciliar el sueño, comer y asimilar al máximo los alimentos de una manera placentera. Es en este momento cuando el sistema nervioso parasimpático, contrario en función al sistema simpático, toma el control y regula las funciones del organismo. El equilibrio entre la actividad de los sistemas simpático y parasimpático en esencial para la alternancia entre actividad y reposo.

En la respuesta al estrés, el sistema simpático promueve la liberación de adrenalina y noradrenalina, y a través de una conexión neuroendocrina, también ocurre la liberación de cortisol desde nuestras glándulas adrenales. Las hormonas mencionadas son las responsables de la respuesta fisiológica típica del estrés. Podemos destacar que la elevación sostenida de la glucosa en sangre durante el estrés crónico es un factor que de no contrarrestarse tendrá  consecuencias “tóxicas” sobre la integridad y función de los tejidos y órganos, además de la ansiedad y elevación de la presión arterial que a su vez impone un mayor trabajo al músculo cardiaco.

 

Consecuencias del estrés crónico

En épocas pasadas la reacción neuroendocrina al estrés solía estar acompañada de la actividad física lo que caracteriza a una verdadera respuesta de lucha o huida. Con la realización de trabajo físico, la musculatura esquelética consume energía y regula así el exceso de glucosa liberada por las acciones de la adrenalina y cortisol.

Hoy en día, los principales estresores son de tipo psicológico, propios de un estilo de vida moderno y ajetreado que tenemos. Por ejemplo, considere el desplazamiento diario en su automóvil y sitúese en medio del tráfico de las horas pico, usted quiere ir del trabajo a casa o viceversa, sentados todo el tiempo durante cada trayecto, padeciendo la temperatura extrema y el ruido ambiental, con horas de ayuno encima puesto que solemos reservarnos para la comida en casa o bien porque ni siquiera hubo tiempo para el consumo de alimento durante la jornada laboral debido al exceso de trabajo acumulado, además de cargar a cuestas múltiples pendientes que habrá que resolver en las últimas horas del día, seguramente también sentados y frente a una computadora o celular, sin olvidar la posibilidad del consumo de una dieta de cafetería, lo que suele agregar más azúcar a nuestro organismo.

Las condiciones de estrés antes mencionadas son recurrentes y tienen un componente emocional importante que desencadenan la típica reacción de lucha o huida pero que no incluye la actividad muscular que le dé un sentido fisiológico a la respuesta neuroendocrina del estrés y que contrarreste la elevación de la presión arterial y de la glucosa en sangre. Se ha postulado que la escasa o nula actividad física en el estrés psicológico crónico contribuye de manera importante al establecimiento de daño orgánico, a lo que se suma la predisposición genética individual para el desarrollo de enfermedades crónicas no transmisibles como la diabetes e hipertensión, trastornos con un alto impacto en la calidad de vida de las personas. Ningún ser vivo escapa de condiciones adversas.

El estilo de vida se caracteriza por una exigencia laboral, social, es sedentaria, automatizada, y se acompaña de un fácil acceso a alimentos con un elevado contenido energético, condición en la que nos hemos enrolado una inmensa mayoría de personas sin distinción de sexo y edad. No existe una vacuna o receta que sirva para evitar el estrés, no obstante actualmente es bien sabido que la práctica regular de algún deporte o actividad física, la meditación o la reducción al máximo del sedentarismo son recomendaciones con el propósito de disminuir el impacto negativo del estrés.

 

El estrés crónico produce:

“Que las personas sean más irritables

Insomnio y consecuentemente un mal descanso

Tensión y dolor muscular

Un mayor consumo de cigarrillos y alcohol

La disminución de la respuesta

del sistema inmune”

 

Fernández-Alonso, C. (2009). El estrés en las enfermedades cardiovasculares. Libro la Salud Cardiovascular del Hospital Clínico San Carlos y la Fundación BBVA, Ed. Fundación BBVA, pp. 583–90.

https://www.fbbva.es/wp-content/uploads/2017/05/dat/DE_2009_salud_cardiovascular.pdf 

Duval, F., González, F. y Rabia, H. (2010). Neurobiología del estrés. Rev. Chil. Neuropsiquiatr., 48(4):307-18.

https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-92272010000500006 

Cortés-Romero. C.  (2011). Estrés y cortisol: implicaciones en la memoria y el sueño. Elementos, 82:33-38. http://www.elementos.buap.mx/num82/htm/33.htm

 

Amairani Meléndez Tinoco,  estudiante de la carrera de Nutrición Clínica de la Facultad de Medicina de la Benémerita Universidad Autónoma de Puebla. 

Celso Enrique Cortés Romero, Profesor del Departamento de Fisiología, ambos de la Facultad de Medicina de la Benémerita Universidad Autónoma de Puebla.

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