Los recuerdos autobiográficos detonados, especialmente por el olfato, pueden ser muy potentes y familiares, una experiencia etiquetada como efecto Proust. La memoria olfativa está asociada con experiencias altamente emocionales y esto ha sido útil para proporcionar información sobre la conducta y los mecanismos cerebrales relacionados con la modulación de la emoción, como el miedo y otras muchas señales. Algunos olores provocan respuestas de empatía y de conducta social, ya que muchos animales confían en el olor para obtener información sobre su ambiente, por ejemplo, en el reconocimiento de las crías. En los animales hay un denominador común como la presencia de un sistema sensible a los cambios del medio que se relaciona con la supervivencia, con la detección de situaciones de riesgo, de posibilidad reproductiva o social, con la captura de moléculas químicas, entre otras modalidades sensoriales.
Palabras clave: cerebro, emociones, memoria olfativa, olfato.
Ana G. Gutiérrez-García Todos hemos experimentado, en más de una ocasión, aquella sensación nostálgica que nos genera un aroma. Los olores evocan con fuerza recuerdos autobiográficos. Permítame el lector compartir un ejemplo. Cuando por casualidad percibimos un olor en particular… Aquel dulce de higo que nos conduce inmediatamente a la casa de la abuela «Cuca», con aquella enorme higuera en medio del patio, inmensa para una niña de seis años. Los olores repetitivos, potentes y novedosos, son especialmente susceptibles de crear asociaciones emocionales olor-evento (episodio), algo frecuente durante la infancia, ya que la mayoría de las experiencias infantiles suelen ser altamente significativas y novedosas. Esto es lo que se conoce como efecto Proust, llamado así en honor a Marcel Proust, aquel gran escritor francés que lo describió muy detalladamente en su espléndida novela En busca del tiempo perdido, en la cual narra un famoso episodio donde después de haber olido y probado una magdalena remojada en té, evocó su niñez, cuando visitaba a su tía Léonie. Lo espectacular de este fenómeno evocado por nuestro cerebro, no solo consiste en recordar aquel instante, sino que también se recuerdan detalles precisos de la imagen de la casa donde ella vivía, su habitación, el pueblo, la gente, los jardines, entre otros; es decir, Proust experimentó una sensación altamente emocional acompañada de todo un contexto multisensorial que en ese momento había revivido gracias a ese simple suceso, algo difícil de lograr cuando el recuerdo es voluntario y no disparado por el estímulo sensorial, a saber, por el olor. Por cierto, recordará el lector la emotiva escena de la película Ratatouille, en la que el inclemente crítico gastronómico, Anton Ego, saborea la ratatouille elaborada por una rata-chef llamada Remy, ¡cómo olvidarla! Esa escena, mi favorita, es una referencia directa a la magdalena de Proust. Deténgase un momento, mi querido lector… ¿Recuerda en su historia de vida algún efecto Proust? Entonces, en apoyo de esta hipótesis proustiana, los recuerdos marcados por el olor son más emotivos, incluyen detalles relevantes del momento y son más fáciles de recordar, en muchos aspectos, con más fuerza que las modalidades visuales u otras modalidades sensoriales. Por tanto, un olor puede generar emociones diversas como miedo, tristeza, e incluso enojo, y esto se refleja inmediatamente en cambios de la frecuencia respiratoria y cardiaca, aumento de la sudoración o cambio en el calibre de los vasos sanguíneos, lo que produce el enrojecimiento o palidez de la piel, e incluso piel de gallina, entre otros cambios fisiológicos propios de la respuesta emocional y de la activación inseparable del sistema nervioso simpático; asimismo, también logra cambios en nuestro estado de ánimo, ya que de un momento a otro podemos ponerlos tristes, alegres o nostálgicos. En términos evolutivos, el sistema olfativo es esencial para la supervivencia y adaptación de todos los animales a lo largo de la escala filogenética, desde los peces, reptiles, anfibios, aves, mamíferos, incluyendo al humano. El olfato cumple múltiples funciones, como estimular el apetito y alertar a la persona sobre alimentos nocivos, además de promover la comunicación quimio-sensorial, es decir, a través de este sistema sensorial los individuos pueden reconocer a sus presas o predadores, a una cría o a una pareja potencial. Por asombroso que parezca, todos los animales, por lo menos los vertebrados, a pesar de las diferencias evolutivas en el desarrollo de un sistema nervioso centralizado, tienen en común contar con un conjunto de estructuras y redes neuronales que permiten la detección de moléculas químicas del entorno. La nariz contiene un epitelio especializado en la captación de señales químicas y en su procesamiento posterior por vías neurales que involucran varios circuitos cerebrales que regulan conductas típicas de las especies y que se relacionan directamente con su supervivencia y su conducta emocional. Es común que no nos percatamos de la función del sistema olfativo en nuestras vidas cotidianas, de ahí la creencia aparente de que este sistema tiene que ver con la detección de un olor tóxico o putrefacto; de hecho, en muchas ocasiones, la detección de un aroma no es algo consciente y, sin embargo, dicho estímulo, al ser detectado por nuestro cerebro, genera cambios fisiológicos y conductuales relevantes en quien lo percibe. Demos un ejemplo. Actualmente, se reconoce que hay una serie de moléculas químicas en el líquido amniótico, en el cual muchas especies de mamíferos se encuentran inmersos por periodos relativamente largos durante su desarrollo antes del nacimiento. En la especie humana sabemos que, unos nueve meses en promedio, pasamos nuestra vida intrauterina probando y olfateando las moléculas químicas ahí presentes, pero al momento de nacer, resulta que esas mismas sustancias están en la misma proporción química en el calostro y la leche materna; de tal suerte que, cuando un bebé nace, relativamente ciego, pero con un excelente olfato y gusto, ya es capaz de detectar los olores provenientes del seno materno que lo orientan para encontrar y comenzar su nutrición y supervivencia postnatal. Las madres son capaces de discriminar el olor de sus crías del de otras; de la misma manera, los recién nacidos reconocen el olor materno, pero no lo hacen ante el olor de otras mujeres no lactantes. Los animales que tenemos un cerebro y una médula espinal protegidos por hueso, es decir, los vertebrados, tenemos la capacidad de reconocer los olores a través de un sistema olfativo dual, conformado por el sistema olfativo principal y el sistema olfativo accesorio, también llamado sistema vomeronasal. El sistema olfativo principal está relacionado con la detección de olores que se encuentran en el ambiente; por su parte, el sistema vomeronasal detecta feromonas, sustancias químicas que son producidas y secretadas por un individuo y que, al ser detectados por otro miembro de la misma especie, producen cambios conductuales en este último. Durante mucho tiempo se consideró que el sistema vomeronasal era exclusivamente el detector de feromonas. Hoy se reconoce que tanto el sistema olfativo principal como el accesorio registran este tipo de sustancias. Así, en el sistema olfativo principal, la estructura cerebral crítica para recibir y procesar la información olfativa es el bulbo olfatorio, constituido por un patrón laminado con diferentes tipos de neuronas, algunas de las cuales se proyectan a estructuras profundas del lóbulo temporal, como la corteza piriforme, la amígdala, la formación del hipocampo y hacia partes anteriores del cerebro como la corteza prefrontal. Por lo tanto, el bulbo olfativo es la primera estructura de una compleja red cognitiva que relaciona el olfato con diferentes tipos de memoria, incluidos los recuerdos episódicos, es decir, la llamada memoria emocional olfativa del efecto Proust, ya descrito anteriormente. En paralelo, la información viaja hacia otras zonas del cerebro, como el hipotálamo, donde se integran respuestas de nuestro sistema nervioso autónomo como incremento de la frecuencia cardiaca, sudoración, sentir maripositas en el estómago, entre otras. Finalmente, la información se desplaza hacia las áreas motoras de la corteza y estructuras subcorticales que regulan conductas como el ataque, la huida, la aproximación o el congelamiento. Así, es como se integran las respuestas relacionadas con la reproducción, la conducta social, el cuidado maternal, el miedo, la defensa o la huida. Las alteraciones del olfato comprenden un amplio espectro de alteraciones en la capacidad perceptiva olfativa que abarcan tanto la dificultad para detectar la intensidad del estímulo: hiposmia (disminución en la detección de olores) y anosmia (incapacidad total), como las alteraciones cualitativas del olfato, entendidas como la incapacidad para identificar correctamente los olores, denominadas disosmias. Dentro de estas, distinguimos la parosmia (distorsión de un olor, cuando el estímulo está presente) y la fantosmia (percepción de un olor sin que exista estímulo real). Es frecuente que estas alteraciones estén acompañadas de alteraciones en el gusto, aunque se reconoce que el principal componente de esta sensación es la propia alteración del olfato que impide poder saborear algún alimento en particular. La alteración metabólica de los bulbos olfativos es un fenómeno importante a tener en cuenta en futuras intervenciones terapéuticas. La anosmia relacionada con el COVID-19 se ha asociado con la persistencia viral y la alteración del sistema olfativo. Así, el sistema olfatorio podría constituir la puerta de entrada a través de la cual el virus SARS-CoV-2 accede al cerebro, alcanzando el bulbo olfatorio y otras regiones cerebrales contiguas y profundas relacionadas con el procesamiento emocional. Cerca de un 67 % de pacientes con COVID-19, manifiestan alteraciones para percibir olores lo que genera deficiencias en su calidad de vida, ya que se ve afectado tanto el aspecto emocional, pudiendo desarrollar depresión, desnutrición, pérdida de peso e intoxicación por comida en mal estado, como el de seguridad ante la exposición de químicos dañinos, lo que repercute en sus actividades diarias. Esto es de relevancia actual, dado que se calcula que cerca de 7 millones de personas en todo el mundo que tuvieron COVID-19, tienen una disfunción olfativa persistente en forma de hiposmia y parosmia (generalmente a malos olores), por lo que podría tratarse de un problema continuo de salud pública en futuras generaciones.
Gutiérrez-García A.G. (2017). Memoria emocional olfativa. En García-Orduña F., Rovirosa-Hernández M.J., Rodríguez-Landa J.F. y Carrillo P. (Eds.). Naturaleza, Cerebro y Conducta. México: Universidad Veracruzana, pp. 209-220. https://www.researchgate.net/publication/356759856_Memoria_emocional_olfativa Lehrer J. (2010). Proust y la neurociencia: Una visión única de ocho artistas funda mentales de la modernidad. Madrid: Ediciones Paidós Ibérica. Silvas-Baltazar M., López-Oropeza G., Durán P. y Martínez-Canabal A. (2023). Olfactory neurogenesis and its role in fear memory modulation. Frontiers in Behavioral Neuroscience, 17, 1278324. https://doi.org/10.3389/fnbeh.2023.1278324
Resumen
Investigadora adscrita al Laboratorio de Neurofarmacología,
Instituto de Neuroetología,
Universidad Veracruzana.
Xalapa, Veracruz, México.
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.Los olores nos hacen recordar
El efecto Proust y su fisiología
El olfato y el gusto, dos de los sentidos sensoriales llamados químicos, se integran automáticamente para crear la percepción del sabor. Los cambios en la calidad de un olor pueden crear una calidad del sabor más intensa. Por ejemplo, las asociaciones de olor a sal, como una sardina, aumentan la salinidad percibida en los alimentos. Pero también, cuando alguien enferma de gripa, la infección generalizada puede dar lugar a la no distinción entre el sabor de una manzana y una cebolla, aun cuando veamos y probemos tal alimento.
El procesamiento central de la olfacción
Disfunciones olfativas y conducta emocional