Hambre Cero ¿Agroecología como respuesta?

Escrito por María Esperanza Jaramillo-Ayala y Enrique Armas-Arévalos

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) 2030 plasmados en la agenda Transformar Nuestro Mundo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), proponen respuestas a los problemas sistémicos de la humanidad con una visión global y vinculada en cuestiones impostergables. Hambre Cero, el segundo de los objetivos, incluye la promoción de sistemas agrícolas sostenibles y la soberanía alimentaria de los países en desarrollo, bajo una nueva concepción de la producción y el consumo.

Lograr el ambicioso segundo ODS, Hambre Cero, requiere la voluntad y el compromiso de las naciones para transformar los modelos agrícolas dominantes y asumir la perspectiva agroecológica en los sistemas productivos y en las relaciones sociales asociadas al territorio. Este artículo tiene como objetivo delinear los principios básicos de la agroecología como una disciplina científica e identificar los conceptos asociados a la soberanía alimentaria.

 

¿Cómo transitar a la producción agroecológica?

La complejidad del contexto productivo global, el reconocimiento a la participación de diversos sectores agrícolas y la coexistencia de diversos actores e intereses, son algunas de las cuestiones a resolver al apostar por la construcción de sistemas agrícolas sostenibles, por la superación de la pobreza y por el logro de la soberanía alimentaria. La sociedad civil, como productora y consumidora, las instituciones educativas, las organizaciones internacionales y los gobiernos nacionales, deben debatir y articular acciones destinadas a transitar a la producción agroecológica.

La conservación de la biodiversidad y de la salud ecosistémica, el uso racional del agua y del suelo en ciclos productivos cerrados, locales y autosostenibles en el tiempo y espacio, adaptados a las condiciones climáticas y medioambientales, son los principios fundamentales de la agroecología como ciencia. La producción agroecológica de alimentos promueve la sinergia entre los componentes y los actores, genera valor agregado y se aprovechan los recursos locales, la tecnología apropiada y los saberes tradicionales.

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Soberanía para la producción de alimentos

Se entiende como soberanía alimentaria el derecho de cada país de desarrollar y sostener la capacidad para producir los alimentos básicos de la nación, respetando y promoviendo la diversidad productiva y cultural. La autonomía territorial y las decisiones de los pueblos respecto de los sistemas de producción y alimentación adoptados, están implícitas en esta perspectiva de soberanía alimentaria y son precondiciones para la seguridad alimentaria genuina. El foco se encuentra en las comunidades y en los pueblos que producen alimentos y que garantizan, mediante la conservación de semillas y de las prácticas basadas en conocimientos ancestrales, la producción agrícola amplia, sostenible y amigable con el medio ambiente, más allá de las demandas del mercado y de las empresas.

El autoabastecimiento de alimentos sanos, frescos, en cantidad y calidad, de manera oportuna y sin problemas para adquirirlos, debería ser la aspiración de todo Estado nacional. Esta perspectiva sustentada en los modelos agroecológicos de producción, es la soberanía alimentaria que fomenta la diversidad de cultivos, amplía la variedad alimenticia familiar y permite la producción agrícola sin agroquímicos y continua, acorde a cada temporada climática.

El valor agregado de los modelos de producción agroecológica reside en la generación de conocimiento aplicado de manera continua, a la sostenibilidad y a la suficiencia del sistema agroalimentario. Por esta razón, las políticas públicas deben enfocarse en la valoración y en el reconocimiento de los saberes tradicionales, producto de la experiencia acumulada por siglos de producción agrícola, pero también en la capacitación y en el fomento de los modelos agroecológicos de producción y consumo.

 

A pesar de la tecnología alimentaria moderna ¡Hay hambre!

El desarrollo tecnológico de la Revolución verde transformó los procesos de producción, de distribución y de comercialización de alimentos, hacia la expansión continua de las superficies cultivadas y de los volúmenes de producción de una cantidad limitada de hortalizas, semillas, cereales y frutas. El acaparamiento de los suelos cultivables, la imposición de monocultivos, la extensión de las zonas urbanizadas, la pérdida de biodiversidad y de fertilidad, son algunas de las consecuencias ocasionadas por el modelo tecnológico de producción agrícola basado en semillas modificadas genéticamente, el uso de fertilizantes y de pesticidas sintéticos, y de maquinaria agrícola destinada a la producción intensiva. A nivel país, este modelo se expresa en la dependencia externa de alimentos y de endeudamiento público para garantizar el abastecimiento.

La Revolución verde y su implementación en los sistemas de producción agrícola global no ha logrado extinguir el hambre en el mundo. Aunque el sistema capitalista de producción, de distribución y de comercialización de alimentos se expandió de manera global, persiste la incapacidad de garantizar la seguridad alimentaria de las poblaciones en los países en desarrollo. Un estudio de 2016 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), demostró que una de cada nueve personas vive en situación de hambre y pobreza extrema.

De acuerdo al informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, por sus siglas en inglés), el «Panorama regional de seguridad alimentaria y nutricional 2021 en América Latina y el Caribe», enfrenta una situación crítica en términos de su seguridad alimentaria. El hambre aumentó casi 70 % entre 2014 y 2020, 267 millones de personas sufrieron insuficiencias alimentarias moderadas o graves durante el año 2020, 60 millones más que en 2019. El problema de la inseguridad alimentaria afectó mayormente a las mujeres, esta situación se agravó durante los últimos seis años y aumentó drásticamente de 6.4 % en 2019 a 9.6 % en 2020.

 

Lo que el modelo agro-tecnológico ha provocado

Sumado a esto, el modelo agro-tecnológico surgido de la Revolución verde provoca degradación de la tierra y del suelo, proceso de desertificación, contaminación del agua, pérdida de biodiversidad, cambio climático, riesgo para la integridad del ecosistema, mayor vulnerabilidad a riesgos y plagas, dependencia de fertilizantes y plaguicidas, estrés nutricional del suelo, impactos negativos en la salud pública y en la calidad de los alimentos, concentración de la tierra, endeudamiento de los agricultores, y varios otros problemas económicos, ambientales y sociales.

El modelo de producción de alimentos está subordinado a las directrices científicas y tecnológicas de las empresas transnacionales que se traduce en cultivos comerciales sostenidos en cócteles de agroquímicos, semillas transgénicas, acaparamiento de los suelos más fértiles y las fuentes de agua limpia, impactos negativos a los polinizadores, a la biodiversidad y a la salud humana, deterioro ambiental por la contaminación y desplazamiento de comunidades campesinas hacia tierras marginales o zonas urbanas. Estas son algunas consecuencias provocadas por el actual modelo agro-tecnológico para la producción de alimentos a escala global. Además, vulnera la economía y el trabajo local, cimbra las dinámicas sociales y dispone todo el sistema alimentario a los vaivenes del mercado regido por el lucro.

El sistema de Estados nacionales depende de la disponibilidad de alimentos e insumos básicos en el mercado internacional, por ejemplo, Ucrania es un importante exportador de cereales; sin embargo, debido a la actual guerra contra Rusia, se paralizó la comercialización de más de 20 millones de toneladas de trigo que quedaron bloqueadas en los puertos de exportación. Esta situación provocó la escasez mundial de cereales y el aumento de los precios de los alimentos en África y en otros lugares del mundo.

Agroecología, una opción para el sistema agroalimentario

En este contexto, se manifiesta que el sistema agroalimentario imperante es dominado por grandes empresas trasnacionales que responden a las demandas del comercio internacional de bienes y servicios, mientras que las propuestas de la soberanía alimentaria y de las prácticas de producción agroecológica, se centran en la rotación de policultivos por temporadas, en el respeto por los recursos medioambientales y en la implementación de ciclos económicos circulares. Además, están representadas por organizaciones sociales, pueblos indígenas y comunidades rurales.

En 2019, en Brasil, se superaron todos los registros de producción de maíz debido a la expansión territorial de la franja agrícola y la optimización de rendimientos de los cultivos, mientras que aumentaron también los índices de pobreza, hambre y asistencialismo. Surgen las preguntas, ¿A quién sirve la agricultura actual? ¿Quiénes son los destinatarios de la producción de alimentos?

La soberanía alimentaria se asocia al derecho a los bienes comunes y a las formas de la soberanía ejercida por los pueblos que habitan el territorio. Las prácticas culturales y los valores simbólicos son una parte fundamental de esta perspectiva, con objetivos ontológicos, epistemológicos y políticos relacionados a los alimentos, la cultura alimentaria y la producción de alimentos, principios que contribuyen a la construcción de aprendizajes y tejidos socio-naturales de relevancia global.

Asimismo, la seguridad alimentaria se relaciona al concepto de gobernabilidad y la extensión de la soberanía nacional, ya que ofrece inclusión de las diferentes cosmovisiones y resalta la importancia de la relación entre los bienes comunes y la realización de los derechos fundamentales, ampliando las responsabilidades y las posibilidades de resistencia frente a la apropiación de los bienes comunes como el agua, las semillas o los bosques.

La revalorización de modelos productivos de baja escala, con menor impacto ambiental en áreas rurales y la reactivación de mercados locales, es el principio de la reorientación en las políticas públicas destinadas a promover la soberanía alimentaria. Los conceptos de productividad y de optimización de rendimientos deben ser reemplazados por sostenibilidad, temporalidad e inocuidad en la ecuación referente a la producción de alimentos sostenibles y agroecológicos.

Para concluir, es necesario destacar que para lograr el objetivo de Hambre Cero se requiere cambiar los modelos agrícolas dominantes para dar paso a nuevas iniciativas con enfoque agroecológico y territorial. El contexto productivo de los alimentos es un complejo sistema en el que participan diversos sectores agrícolas, en el que se reconoce y valora la importancia de sus roles en la sociedad. La política pública debe apostar a la transformación del sistema en el que todos los sectores productivos coexistan y asuman su responsabilidad, con un sentido unificado en la diversidad para alcanzar la soberanía alimentaria.

La política alimentaria debe enfocarse en los destinatarios de la producción de alimentos y debe comprender que la reproducción de sistemas sociales es parte de la reproducción de ecosistemas, y viceversa. Los recursos naturales y bienes comunes deberán ser considerados como una persona jurídica, es decir, un «sujeto legal», y asumirlos como un conjunto de sistemas sociales dignos de protección y de conservación.

Para Saber Más:

Hidalgo López C. y Sorondo L. (2020), Agroecología y soberanía alimentaria: Ideas para el debate en camino a la agricultura sostenible. Revista Cienc. Tecnol. Agrollanía, 19, 80-87. file:///C:/Users/Usuario/Downloads/AgroecologaSoberaniaAlimentaria-HidalgoySorondo.pdf

 

Micarelli G. (2018), Soberanía alimentaria y otras soberanías: El valor de los bienes comunes. Revista Colombiana de Antropología, 54(2) 119-142. https://doi.org/10.22380/2539472X.464

 

Monteiro-Duarte B. y Cosmo da Silva N. (2021), Soberanía alimentaria bajo nuevas lentes: Sinergias entre la nueva sociología económica y la resiliencia como un camino posible. Research, Society and Development, 10(9), e41110917339. http://dx.doi.org/10.33448/rsd-v10i9.17339

 

María Esperanza Jaramillo-Ayala. Estudiante de doctorado del Instituto de Investigaciones Económicas y Empresariales, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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Enrique Armas-Arévalos. Profesor e investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Empresariales, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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