Imagine por un momento que podemos viajar en el tiempo. Movernos al pasado, porque el futuro no existe y allí no podemos ir ¿A dónde les gustaría ir? A mi me gustaría ver el proceso de construcción de las grandes catedrales góticas, otros quisieran estar en algún momento decisivo de la historia de la humanidad o tal vez de la creación de una obra de arte.
Seguro a la mayoría de nosotros únicamente se nos ocurrirán momentos del pasado alegres, grandiosos. Pero para un historiador o para un científico, será diferente: los momentos de elección serán otros, incluso incomprensibles para muchos. Imagínese viajar al pasado no para divertirnos o resultar héroes o conquistadores. No, viajar para comprender más adecuadamente la historia, pero evitando en todo momento influir en ella para no cambiar el futuro, es decir, nuestro presente… Así no parece tan divertido.
Este es el viaje que proponen en el libro que ahora recomendamos. Es ciencia ficción y de la buena. A mediados del siglo XXI, la joven estudiante Kirvin Engle se prepara para hacer un viaje en el tiempo. Junto con otros científicos, pretende recabar información de primera mano sobre una de las épocas “más oscuras” de la historia de la humanidad: la Edad Media. Aparentemente, todo ha salido bien. Kirvin se encuentra en una nevada campiña inglesa en pleno siglo XVI. Lo que no sabe es que, en 2045, el técnico que marcó las coordenadas de su viaje ha caído fulminado, presa de una extraña plaga que parece asolar la población de ambos tiempos. La historiadora está atrapada en plena época de la peste negra, y su venida es interpretada como un acto de Dios; creen que es un ángel protector llegado del cielo para evitar el juicio final.
Se trata de El libro del día del juicio final (La factoría de ideas, 2008, ISBN 9788498004021), de Constance Elaine Trimmer Willis, más conocida como Connie Willis, escritora estadounidense de ciencia ficción. Por esta novela ganó los Premios Hugo, Nebula y Locus, los más importantes del género. Sus novelas usan mucho los aspectos históricos en las tramas y el recurso del viaje en el tiempo, virtual o físico. A pesar de que ha conseguido muchos premios con sus otras novelas, tal vez El libro del día del juicio final sea la más conocida y mejor lograda.
Y es que la época y el conflicto que relata son de un gran interés. La peste negra o muerte negra se refiere a la pandemia de peste más devastadora en la historia de la humanidad que afectó a Europa y Asia en el Siglo XIV y que alcanzó un punto máximo entre 1347 y 1353. La enfermedad se convirtió en una acompañante terrible a lo largo de la historia, hasta su última crisis a principios del Siglo XVIII.
La peste tuvo un impacto pavoroso. De la enfermedad se desconocia prácticamente todo, por un lado, se presentaba de manera inesperada, atacaba a toda la población y atravesaba fronteras con la mayor facilidad. De ella se desconocía su origen y la manera de evitar el contagio. El destino de los enfermos era fatal. Por supuesto no existia terapia alguna y afectaba a todos, sin importar el grupo o la condición económica. Resulta del todo normal que fuera tomada como una condición apocalíptica.
Esta pandemia, como otras igualmente terribles, transformó las sociedades en las que apareció y cambió o influyó decisivamente en el curso de la historia.
La peste es una enfermedad zoonótica, transmitida por la rata, aun cuando en la actualidad hay discuciones muy serias sobre si fue la rata o el jerbo o gerbil (Meriones unguiculatus), otro roedor procedente de Mongolia.
Las zoonosis, como la actual pandemia de Covid-19, son enfermedades (algunas con potencial epidémico) transmitidas por animales al humano. En este caso, las ratas son los vectores de la bacteria Yersinia pestis a través de pulgas infectadas. Cuando las condiciones alimentarias y climáticas eran favorables, los roedores prosperaban y con ellos las pulgas que luego saltaban a otros animales domésticos o al humano. Llegó de Asia cuando el comercio con estas tierras se incrementó. Los barcos y caravanas llegaban con sus preciadas mercancias y como viajeros inusitados venían las ratas (o los jerbos, según se demuestre). Por ello no resulta extraño que los primeros brotes ocurrieron en los puertos y ciudades con una gran actividad comercial y bonanza económica.
Yersinia pestis produce en el humano la peste bubónica, la peste pulmonar, y la peste septisémica, que son tres formas de la misma enfermedad que ocasiona daños considerables a los ganglios linfáticos, los pulmones, e infecciones generalizadas en la sangre. Las dos últimas formas eran necesariamente fatales en un día o dos. La ausencia de antibióticos y el desconocimiento casi total de la importancia de las mediadas higiénicas contribuyeron a afianzar la enfermedad.
El movimiento activo de mercancías y personas dispersó la pandemia por grandes extensiones del territorio europeo y asiático. Las grandes ciudades comerciales eran los principales focos de recepción. Desde ellas, la plaga se transmitía a los burgos y las villas cercanas, que, a su vez, irradiaban el mal hacia otros núcleos de población próximos y hacia el campo circundante. La transmisión de la bacteria se produjo a través de barcos y personas que transportaban los fatídicos agentes, las ratas y las pulgas infectadas, entre las mercancías o en sus propios cuerpos. A esto hay que sumarle el miedo…
Cuando la enfermedad aparecía de repente en una comunidad, los que podían, huían a los pueblos vecinos, acelerando, sin saberlo, la dispersión. Se cree que así llegó a Génova. La ciudad de Feodosia, en la actual Crimea, que era asediada en ese momento por los mongoles fue el primer foco de infección. Los comerciantes genoveses al conocer el mal, huyeron despavoridos, llevando la enfermedad al resto de Europa. Un efecto colateral de este miedo fue la consolidación de los prejuicios, basicamente religiosos. Ante la falta de explicaciones satisfactorias, se imponían las creencias: la enfermedad es un castigo; es el juicio final; es una prueba que Dios nos pone…
La pandemia era atribuida a miasmas o descomposición del aire, a la erupción volcánica, a la conjunción de determinados planetas, eclipses o al paso de un cometa. Pero las explicaciones más peligrosas fueron las atribuidas a la cólera de Dios por algo que hicimos o dejamos de hacer… Por supuesto, esta visión del mundo requiere culpables y los mismos fueron los de siempre. En los pueblos y ciudades se comenzó a culpar a las minorías, a los gitanos afincados en sus caravanas en las afueras, a los judíos, a los de otros credos, en fin, a los diferentes. Y se organizaron pogromos, asaltos multitudinarios con asesinatos, saqueos, violaciones de los barrios de los otros. Al terror de la enfermedad hay que sumarle esto, un verdadero genocidio. Además esas taras se heredaron y han sobrevivido hasta nuestros días en expresiones brutales (el nazismo, la “limpieza étnica”), hasta más sutiles como la discriminación del otro, la exclusión de los diferentes, siempre conectadas a concepciones religiosas y raciales.
Connie Willis logró una narración fluida, vertiginosa por momentos. No asume un tono didáctico, pero nos lleva de la mano para comprender la dimensión de la peste negra como una observadora cualificada. La protagonista llega a una pequeña comunidad en donde se introduce -sin quererlo- en el terror, tal como debieron vivirlo los habitantes. Es una muy interesante mezcla de novela de aventuras, con ciencia ficción y relato histórico.
Reflexionar en esta historia -y por ello aparece en esta sección de libros- nos puede llevar a encontrar una conexión directa entre las epidemias y el desarrollo de la humanidad. Estas enfermedades nos han acompañado desde siempre, sin embargo, se volvieron un asunto más serio a partir de la formación de conglomerados humanos generados por el surgimiento de las ciudades en la baja edad media. Además, el “progreso” social era generado en gran medida por mejoras en la producción de alimentos y otras mercancías. Los pueblos principales y los burgos nacientes alrededor de los castillos se volvieron mercados importantes para intercambiar o vender los excedentes de la producción, lo que movilizó a la población desde lugares lejanos para llevar sus productos a estos mercados nacientes. A esto le debemos agregar las mercancías llegadas de muy lejos con la mejora del comercio marítimo que trajo personas y con ellos animales, plantas y por supuesto agentes patogénicos no conocidos en Europa.
Además, el incremento de la producción y la demanda de productos, exigió la incorporación de nuevas tierras con tal propósito, lo que empujó a muchos animales, como los roedores, a las ciudades nacientes y con ellos, virus, bacterias, hongos, con los que la humanidad nunca había coexistido. Al parecer, las modificaciones climáticas también ayudaron a la propliferación de roedores, y entonces, las condiciones para la explosión de una enfermedad estaban dadas: aglomeraciones humanas, explosión de plagas de roedores o llegada de otros que nunca habían convivido con la gente, cambio de costumbres alimentarias y una pésima higiene… Por cierto, un sencilla reflexión nos podrá mostrar que son las mismas condiciones en que se originó la nueva pandemia.
Les recomiendo mucho el libro, tanto como una sencilla novela de ficción interesante, dramática y emocionante, como por la posibilidad de estimular su deseo de conocimiento sobre éstas y otras enfermedades que han asolado a la humanidad y sobre las que tendremos que reflexionar en serio… Y una nota final, esta terrible enfermedad fue controlada con medidas de higiene, la identificación precisa de su causa, los antibióticos y las vacunas, es decir, con ciencia.
Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
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