La Ciencia en el Cine

La Librería

Escrito por Horacio Cano Camacho

No sé si les ha pasado a ustedes, pero hay días en que no deseo mirar la televisión y mucho menos un noticiario, los cuales, además de tergiversar la realidad para acomodarla a ciertos intereses, se solazan en describir las noticias trágicas que envuelven a la humanidad por todos lados: guerras, fenómenos meteorológicos catastróficos, inseguridad, accidentes… No se crean que estoy huyendo, después de todo es el mundo en el que vivo y si lo comparamos con décadas atrás, incluso hay razones para ser optimistas. Con todo, estamos menos mal.

Mi resistencia es más un intento de ver las partes «bonitas» del mundo, ¡y vaya que las hay! En esos momentos me rescata una buena lectura, la contemplación de la naturaleza o —lo confieso— buscar una película de esas sin más pretensiones. En este ejercicio, muchas veces encuentro «joyitas» ocultas, oscurecidas por la mercadotecnia de superhéroes, sagas de dinosaurios o invasiones estelares que resultan la misma primera película repetida al infinito. Y es el caso de la película que ahora les recomiendo. Se trata de La Librería (The Bookshop), cinta británica (2017), dirigida por la cineasta española Isabel Coixet, basada en el libro del mismo nombre de la autora británica Penélope Fitzgerald (Ed. Impedimenta, 1978).

Y como seguro adivinaron, la película trata sobre libros y librerías. Este tema se presenta de manera espléndida, tanto para los que amamos ambas cosas, como para los que creemos que también los objetos son subversivos y no necesariamente porque convoquen a una rebelión de cualquier tipo, sino porque un libro y un espacio para libros son actos libertarios. Y lo son ahora como lo fueron antes.

La historia es esta. Corre 1959, en un país que se repone de los estragos de la guerra y Florece Grenn, caracterizada por Emili Mortimer, es una joven mujer viuda que con su pequeña herencia decide irse a vivir a la pequeña localidad costera de Hardborough, en el condado de Suffolh, Inglaterra. La gran pasión de Florence es leer; la lectura es el único medio que le permite reconciliarse con el miedo y la manera de paliar su soledad. Está tan apropiada para la lectura, que decide abrir una librería en la localidad, en donde no hay ninguna. No solo es un negocio, es un modo de vida que le permitirá seguir leyendo y compartir con los demás. Para ello, escoge una vieja casa abandonada, misma que adquiere y restaura para su emprendimiento. Se trata de Old House, casa abandonada y —según se rumorea en el pueblo—, repleta de fantasmas y recuerdos turbios. A ella, sin embargo, le parece el emplazamiento perfecto que concuerda con el espíritu de una librería.

En un pueblo tan pequeño, los rumores vuelan y todos se enteran de inmediato de las intenciones de Florence, y aquí comienzan los problemas para ella. De alguna manera, la «sociedad» de Hardborough no concuerda con su idea y de muchas maneras —a veces sutiles, a veces no tanto—, tratan de disuadirla de manera extraña, incluso intentan sabotear sus pasos.

Tras muchos sacrificios, Florence consigue abrir su negocio que crece poco a poco durante todo el año. Resulta que fue buena idea y la pequeña comunidad se fue interesando por leer y encontró en Old House, la oportunidad que nunca tuvieron. Pero la principal oponente de Florence es Violet Gamart, caracterizada por Patricia Davies Clarkson, una señora de alcurnia, muy conservadora y, al parecer, muy poderosa, con fuertes relaciones en el parlamento y en la burguesía de la región. Violet se convertirá en la principal oponente al proyecto de Old House.

Hay otro personaje fundamental en la historia, se trata del Sr. Edmund Brundish, magníficamente presentado por Bill Nighy, un personaje solitario, que habita una casona en la colina del pueblo. El Sr. Brundish vive solo y nunca se le ve en el pueblo. Es el típico misántropo, desencantado del mundo. En torno a él se han tejido leyendas y mitos, que si algo oculta, que detrás de su vida hay una gran tragedia, o que la muerte de su amada esposa lo deprimió en extremo. Edmund Brundish, como todo el pueblo, también es tentado por la librería y pide por medio de una carta —ya que nunca sale de su casa— que Florence le haga llegar novedades editoriales. De esa manera conoce a Ray Bradbury, de quien se convierte en asiduo. Un buen día Florence le hace llegar Lolita de Valdimir Nabokov, por entonces libro causante de revuelos y elogios, y pide su opinión para ponerla a la venta en el pueblo. Esa lectura hace salir del mutismo al Sr. Brundish, quien rompe su aislamiento e invita a Florence a tomar el té para darle su opinión. Brundish considera que se trata de un buen libro y que sería interesante ponerlo a disposición del pueblo. Brundish se convierte así en el único aliado de Florence en esta lucha contra el poder conservador.

Otro personaje indispensable en la cinta es el de Christine, papel a cargo de Honor Kneafsey, una niña de diez años y «empleada» de la librería, quien resulta la única convencida de esta aventura y está dispuesta a resistir hasta el final.

La puesta en venta de Lolita, que por entonces (como ahora) despierta el interés y la repulsa por igual del público, genera tal revuelo, que es la ocasión para las fuerzas vivas de Hardborough, encabezados por Violet, quienes se alzan contra la indecencia y el escándalo, al grado de poner en riesgo la existencia de la librería y la paz del pueblo, así como de la misma Florence.

Hasta aquí les cuento. Me parece una historia excelente, muy apegada a la novela original, estupendamente actuada y que refleja muy bien el papel subversivo que pueden adquirir libros y librerías. Historias como la de Old House, hemos escuchado por doquier. El conservadurismo y el fanatismo religioso lanzando «cruzadas» contra cualquier texto que se oponga a su visión del mundo. Esto no es nuevo, los libros siempre han estado en el caldero, en toda su historia.

Los libros fueron objetos valiosos por varias razones: el conocimiento que portaban y que fue incautado por el poder religioso quien de esta manera consolidó su impostura intelectual. Aunado a ello, el hecho de que muy pocos sabían leer y escribir, fuera de los círculos religiosos, en particular las órdenes monásticas que pasaron durante la edad media a ser los productores y reproductores, a la vez que conservadores de los libros. Estos eran caros, ejemplares únicos o en bajas tiradas debido a la forma de reproducción, que era a mano, y con innumerables ilustraciones. Se daba el caso de que los «copistas», encargados de reproducir un libro, no sabían leer y solo se confiaba en su talento para reproducir lo que veían y su capacidad artística para ilustrarlos.

De manera que el libro era cosa de la iglesia, de las órdenes y de los poderosos que los podían atesorar. Esto cambió cuando llegó a Europa la imprenta de tipos móviles, mejorada por Johannes Gutemberg y que permitió la reproducción masiva de textos, así como el surgimiento de un comercio para los libros. Recordemos el alegato del arzobispo Sigfrido de Maguncia contra Gutenberg:

 

Los libros no fueron hechos para estar al alcance de cualquiera. Dios confió a Moisés las tablas de la Ley, no al pueblo. Los simples no tienen el raciocinio suficiente para discriminar por sí mismos lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto. Para eso estáis vosotros, los pastores del rebaño. ¡Imaginad por un momento qué sucedería si los libros se multiplicaran con la misma facilidad con que estos falsarios consiguieron, mediante brujería, reproducir las Escrituras!

 

Las librerías no han estado siempre presentes en la humanidad. Aunque existen registros de la existencia de bibliotecas, es decir, espacios dedicados a la conservación, almacenamiento y estudio de textos, desde la biblioteca de Nippur, alrededor de 2500 a. C, estos lugares estaban disponibles para los pocos letrados y estudiosos en Europa, generalmente, asociados con el clero católico; no obstante, los lugares para la venta al público de libros y textos diversos es mucho más reciente. Las primeras tiendas de libros, o librerías, surgieron en Europa durante la Edad Media, específicamente en las ciudades que estaban experimentando un auge en la producción de manuscritos y libros a mano. Las librerías medievales se diferenciaban de las bibliotecas, ya que se centraban en la venta de libros en lugar de la conservación y el préstamo.

Una de las primeras librerías conocidas en Europa se estableció en París, Francia, en el siglo XIII. Otros centros de producción y venta de libros en esa época incluían lugares como Bolonia y Venecia, en Italia. Bolonia, en particular, se destacó como un importante centro de estudios jurídicos y legales en la Edad Media, lo que contribuyó al desarrollo de tiendas de libros en esa ciudad.

Con el tiempo, las librerías se multiplicaron en toda Europa a medida que la producción de libros se volvió más común con la creación de la imprenta por Johannes Gutenberg en el siglo XV. Las librerías modernas han evolucionado y se han extendido por todo el mundo, ofreciendo una amplia variedad de libros y productos relacionados con la lectura.

Hubo una época en que Venecia, como gran poder económico del mundo occidental, tenía calles atestadas de librerías. El negocio editorial surgió allí con librerías llenas de novedades y trastiendas repletas de libros «prohibidos». Se cuenta que, en la Venecia del siglo XVI, había decenas de librerías, más que en cualquier otra ciudad europea. En sus estantes, el visitante podía encontrar los clásicos latinos y griegos, textos religiosos, el Talmud, el Corán, la Biblia, junto a crónicas de viajes, tanto de fantasía como reales, estampas de pueblos y ciudades lejanas, libros de cuentos, los primeros libros eróticos, libros en «lenguas extrañas» … Una verdadera feria de maravillas. Aún hoy sobreviven en esa ciudad hermosos ejemplos de esas librerías, como Aqua Alta, una de las más bonitas del mundo.

A lo largo de la historia no ha existido una lucha abierta contra las librerías, como sí contra los libros, o ciertos libros, prohibiéndolos o censurándolos; mientras que las librerías y bibliotecas, tanto como algunos libreros, han sido víctimas de esta guerra. Tal vez los más sonados sean las quemas de libros de los nazis, replicada luego por los movimientos ultraconservadores de todo el mundo. También la edición, distribución y almacenamiento de ciertos títulos ha sido muy socorrida por regímenes autoritarios a lo largo de la historia, desde la inquisición, hasta gobiernos seculares y, por supuesto, la posesión de un libro, su impresión y su distribución han sido perseguidas.

Las librerías son espacios de libertad, son sitios para sorprenderse y dejarse seducir por los colores, los olores, los secretos guardados y las joyas que se pueden encontrar. Y no solo las modernas y bien equipadas, también lo son las librerías de libros usados que le dan nueva vida a los libros y nos permiten encontrar textos descontinuados, libros con anotaciones de quienes disfrutaron de ellos, o incluso les han cambiado la vida.

La Librería es una película para disfrutar y para meditar. Disfrutar la nostalgia, el sueño de muchos, pero también es una historia de resistencia frente al poder, de negarse a enterrar los sueños. Muy recomendable, tanto para los que disfrutamos del libro como para quienes desean aventurarse y aún no han encontrado el incentivo.

 

Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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