La Ciencia en el Cine

Silo

Escrito por Horacio Cano Camacho

En 1986 se estrenó la película soviética Cartas de un hombre muerto, del director Konstantin Lopushansky, basada en el cuento Hombre topo (Minotauro, 2004) de Harry Harrison: una catástrofe nuclear ha cubierto el mundo. Luego de un error en una computadora, el planeta Tierra ha quedado reducido a ruinas y los humanos sobrevivientes están condenados a coexistir en sótanos, en donde viven en el silencio de la culpa y el miedo, al parecer, reflexionando acerca de lo sucedido. Un grupo de sobrevivientes es seleccionado para vivir en un búnker por 30 años, hasta que existan condiciones mínimas para retornar a la superficie. Larsen, un científico y principal protagonista de la historia, decide escribirle a su hijo desaparecido una serie de cartas donde le relata lo acaecido, incluyendo sus reflexiones sobre el «futuro».

Esta película no fue la primera historia distópica sobre una eventual destrucción nuclear del planeta, ni de sus consecuencias (y más cuando hay varios cuentos y novelas al respecto), pero sí fue la primera que nos puso en la pantalla un relato muy alejado del tono heroico y grandioso (aventurero) de los sobrevivientes, mostrando una historia de desesperanza, caos y nostalgia por el mundo perdido, en particular, por nuestras acciones para llevarlo a ese extremo.

La visión era del todo desalentadora y triste, muy acorde con la perspectiva de la propia autodestrucción provocada por nuestra especie, a veces como resultado de desatender las repercusiones de nuestras propias creaciones. Por alguna razón, más de índole comercial, el cine está lleno de acciones heroicas en donde individuos, incluso pueblos, responden a esas catástrofes con operaciones intrépidas, llenas de aventuras —estilo Mad Max— y logran sobrevivir y superarse, una especie de mito fundador de nuevas identidades.

Cartas de un hombre muerto nos presenta un mundo que ha llegado al fondo del abismo en donde lo único que nos mantiene es la construcción de nuevas utopías. Hay una gran reflexión acerca de nuestras culpas y nuestra desatención, al dejar en manos de otros, incluyendo máquinas, lo que debió ser responsabilidad de todos.

Cormac McCarthy en su libro La carretera (Mondadori, 2011), luego llevada magistralmente al cine, nos presenta también una demoledora fábula sobre el mundo posapocalíptico: un padre y su pequeño hijo viajan por todo norteamérica hacia el sur bajo la lluvia de cenizas, el hambre y la muerte, en busca de un atisbo de esperanza en medio de la barbarie desatada luego de la destrucción nuclear. A diferencia de la película de Lopushansky, aquí no hay reflexión alguna sobre lo pasado, sobre cómo se originó el caos, «después de una devastación nuclear —decía el propio McCarthy ante sus críticos— lo que menos importa ya es quién disparó primero», sino que estamos ante la barbarie total, la sobrevivencia como único motor que nos mantiene, no importa el precio.

Ambas historias son demoledoras, pero reflexivas y, a su manera, hermosas. Este contexto lo pongo como punto de referencia necesario para la serie que ahora les presento en esta sección, se trata de Silo (AppleTv, 2023), serie de diez capítulos estrenada recientemente y basada en la trilogía del mismo nombre, de Hugh Howey. Este autor comenzó publicando su primer libro por entregas a través de la plataforma de Amazon y después de un éxito inusitado, su trabajo fue publicado en papel. En español, Minotauro (2013), ha publicado el primero de los libros de la trilogía que se compone de «Espejismo», «Desolación» y «Vestigios».

Una guerra nuclear y bacteriológica han arrasado con el mundo y los últimos supervivientes viven en un silo subterráneo desde hace más de 300 años. Se mantiene la población constante mediante estrictas normas reproductivas: un muerto, un nacimiento. También se mantienen cultivos para abastecer a la población, mientras que el abono procede del reciclaje de toda materia orgánica. En el silo llegan a vivir diez mil personas.

Los suministros, víveres y materiales, se controlan y se reparten donde son necesarios, previa solicitud y evaluación. Los matrimonios o emparejamientos se solicitan y han de ser autorizados por los gobernantes del silo de cara a evitar la endogamia, y solo se pueden reproducir si se solicita un matrimonio. Todo está controlado, todo es muy estricto, pero permite la supervivencia.

Para lograr este nivel de comunidad, el silo ha acordado un pacto que funciona como una constitución y un manual de procedimientos, siendo estricto su cumplimiento. La población vive confinada, pero existe la libertad, casi sagrada, de abandonar el silo; sin embargo, expresar simplemente ese deseo conduce a una muerte segura por los niveles de toxicidad del exterior.

El pacto determina la manera de organización con comisiones establecidas para mantener todo el funcionamiento: justicia, seguridad, alcandía, servicios, informática, ingeniería, con autoridades nombradas por «alguien» y de poder absoluto y solo sometidas a la justicia. El olvido es una condición indispensable para el funcionamiento del pacto; la nostalgia, la evocación del pasado, las reliquias y la memoria son eliminadas a fuerza de ignorar el pasado y reprimir toda curiosidad por él, so pena de ser expulsado del silo, con la subsecuente condena a muerte. Hay entonces, en el pacto, un órgano represor de la memoria cuyo funcionamiento nadie puede explicar.

Aquí encontramos una diferencia fundamental con respecto a otras obras que abordan el tema, por ello comencé con la referencia a Cartas de un hombre muerto, en el cine, y La carretera, en la literatura. Si bien la historia de la trilogía de Silo se enmarca como una distopía, la trilogía y la misma serie, creo que califican mejor como un thriller. Veamos el porqué.

Una distopía es un término que se refiere a una sociedad o un mundo imaginado que presenta condiciones indeseables, opresivas o desalentadoras. A diferencia de una utopía, que representa un ideal de sociedad perfecta, la distopía muestra un futuro o una realidad alternativa que es disfuncional, injusta o degradante.

En una distopía, la sociedad está caracterizada por la opresión, la falta de libertad, el control excesivo del gobierno o de alguna entidad poderosa, la desigualdad extrema, la represión de la individualidad o el pensamiento crítico, la manipulación de la información o la tecnología utilizada para controlar a las personas, entre otros aspectos negativos.

En Silo, básicamente la historia transcurre como un búsqueda de la verdad sobre lo sucedido en una sociedad (con todas sus limitaciones) bien establecida, con reglas, gobierno, organización que funciona y, en general, donde la gente está perfectamente adaptada a ese mundo, salvo algunos rebeldes que desean saber más o que intentan recuperar la memoria.

Como thriller funciona muy bien, pero en Cartas de un hombre muerto, por ejemplo, la comparación con el mundo perdido y la responsabilidad de lo que pasó es inevitable, mientras que en La carretera se muestra un mundo sin pasado, pero también sin futuro alguno, donde no hay lugar para la esperanza, salvo la extraña búsqueda del sur como un referente único de una civilización que de alguna manera existe.

Las distopías son comunes en la literatura, en el cine y en otras formas de expresión artística, ya que permiten explorar y reflexionar sobre los problemas y los peligros que podrían surgir en una sociedad futura si no se abordan ciertas cuestiones importantes, si no cesamos en nuestro andar irresponsable. En Silo, la organización de la sociedad, ese pacto civilizatorio (por opresivo que parezca) está presente como si de alguna manera pensáramos que un cataclismo nuclear no necesariamente es el fin.

Como una representación imaginaria de una sociedad o mundo futuro que muestra condiciones indeseables, opresivas o injustas, en Silo no parece usarse como una forma de crítica social o de reflexión sobre los peligros de ciertos caminos que podría tomar la humanidad. Más allá de ello, hay un borrón y cuenta nueva de la historia de la humanidad. Nadie sabe qué pasó antes, pero desde luego, eso no significa que la historia no sea muy buena y muy adictiva, pues esa búsqueda de respuestas, da lugar a una serie de crímenes que la protagonista, la sheriff Jules Nichols, interpretada por la estupenda Rebecca Ferguson (Dune), se afana en descifrar, describiendo y descubriendo a cada uno de los personajes y sus miserias, sus dilemas morales y cuestiones éticas, algunos de los cuales terminaremos odiando, es decir, el autor de la trilogía y el guionista de la serie, se aplican por abandonar los cánones de la distopía para acercarse más a una buena novela negra, eso sí, en un mundo distópico.

La serie plantea cuestiones sobre las que sería bueno reflexionar, y creo que bien vale la pena, por ejemplo, ¿cómo sería una sociedad que tiene que vivir aislada hasta que el entorno exterior vuelva a ser habitable? ¿Cómo se estructura? ¿Bajo qué leyes? ¿Cómo afrontar todos los retos, el alimento, el oxígeno, los gases de desecho, el monitoreo ambiental, la exploración del exterior? ¿La finalidad de mantener el orden justifica todos los medios usados? Estos y más cuestionamientos se tratan en esta obra. Todos son conceptos que a mí me parecen muy interesantes y por lo cual recomiendo mucho, tanto la serie como los libros.

 

 

Horacio Cano Camacho, Profesor Investigador del Centro Multidisciplinario de Estudios en Biotecnología y Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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